martes, 21 de julio de 2020

"One strike, everything is scattered" - Galería Nogueras Blanchard (Madrid) Luis Francisco Pérez










En pleno bochorno de la canícula madrileña (serían las doce del mediodía) resulta muy estimulante entrar en una galería de arte y “sentir” (el verbo es plenamente intencionado) una confortable penumbra, un cierto y raro frescor que no procede del inexistente aire acondicionado, una singular ambientación más sugerente por inesperada, una extraña escenografía que no por “estudiada” impide una interpretación, entre espontánea y aleatoria, de aquello que nos es presentado, y que uno observa, en su primer golpe visual, con la debida precaución que se debe a todo lo que intelectualmente altera la normal percepción y el reconocimiento más seguro por habitual. 
La galería es “Nogueras Blanchard” y la muestra una colectiva que con el título de “One strike, everything is scattered” -“Un golpe, todo está dispero”, en seguro que equivocada traducción personal- agrupa obras de seis creadores: Hans-Peter Feldman; el dúo formado por un artista francés del siglo XIX, Victor Eugène De Papeleu, junto a la creadora, también francesa y contemporánea nuestra, Marine Hugonnier; la artista brasileña Valeska Soares, y, finalmente, la representación local con Antoni Tàpies y Perejaume. Pero en este listado falta otro artista, pues es el autor del interiorismo (plenamente burgués o deseoso de esa condición) creado para la ocasión. Se trata del arquitecto y diseñador Jean Porsche, mexicano de nacimiento y español de adopción, pues es el creador (o “inventor”) de la escenografía de la exposición, y especialmente del mobiliario utilizado para evocar esa “seguridad burguesa” (como si fuera un pequeño salón de la mansión de “Los Buddenbrook” de Thomas Mann), en la que las obras seleccionadas y expuestas cumplen la misión de ser algo así como “agents provocateurs”, o elementos de fricción y crítica en la falsa pax burguesa que contemplamos.
En la hoja suministrada por la galería podemos leer lo siguiente: “One strike… hace referencia al gesto sencillo que supone efectos significativos. Así la exposición toma nombre de una página del libro infantil ‘Sobre dos cuadrados: Cuento suprematista sobre dos cuadrados en seis construcciones’ publicado por El Lissitzky en 1920, en la que los dos cuadrados cósmicos rompen con todo el orden establecido y lo reconstruyen a su antojo partiendo de un simple golpe”. Bien, y de acuerdo, pero yo en lo primero que pensé, luego de ir reconociendo visualmente lo inesperado de la propuesta, fue en los interiores metafísicos del primer Giorgio de Chirico. Pinturas que también han sido descritas como “habitaciones del pensamiento” y donde, recordemos, son estancias donde los elementos arquitectónicos (el mobiliario aquí presente cumple en parte esa función) desplazan y alteran el sentido unívoco de lo expuesto y representado en función de lo que bien podemos calificar, en efecto, de una muy conceptual “habitación del pensamiento”. Y puesto que en la hoja informativa se nos habla de cuadrados suprematistas no está de más activar la memoria y evocar que en aquellos interiores metafísicos aparece siempre un argumento que indirectamente también está presente en esta colectiva: el cuadro (en tanto que obra de creación) dentro del “cuadro” (en tanto que escenografía), o lo que es lo mismo: la compleja y costosa dialéctica entre artificio y naturaleza y entre cultura y civilización. 
Para evitar malentendidos cedemos de nuevo la palabra al responsable o responsables de la colectiva: “La propuesta gira en torno a la idea de pintura en su vertiente más tradicional y reflexiona sobre cómo artistas contemporáneos siguen enfrentándose a las corrientes clásicas haciendo uso de herramientas y procesos propios de éstas mismas”. Parece claro entonces que “One Strike…” es una muestra con y sobre pintura (sobre todo), tanto como una reflexión metapictórica en torno a la obra expuesta (y a la escenografía que la acoge, por supuesto), y que partiendo de la misma “y sirviéndose de diferentes estrategias abandona su condición clásica inicial para resignificarse y reconstruirse”. Si bien en el siguiente párrafo comentaremos las singularidades de las diversas estrategias utilizadas por los artistas de la muestra, sí creemos muy oportuno focalizar que la exposición posee, sin parecerlo, una rara y sugerente cualidad rizomática en el sentido utilizado por Deleuze. Es decir, lo que el filósofo francés llama una "imagen de pensamiento" (y ello nos retrotrae a las “habitaciones del pensamiento” de De Chirico, ya citadas), basada en el rizoma botánico -de nuevo: naturaleza y artificio en rizomático abrazo- que aprehende las multiplicidades orgánicas. De ahí que “One Strike…” parezca en verdad una muestra con más artistas de los que hemos citado, como si la singular aparición de lo inmóvil que cada obra exhibe con absoluta arrogancia le permitiera igualmente una asombrosa multiplicidad de sentido y figuración, de razón y presencia, de cognición y apariencia.
Contemplada en su conjunto “One Strike…” posee una rara cualidad o condición taumatúrgica (si bien que plenamente secularizada y objetual, lógicamente) que la hace doblemente interesante, pues cuando se focalizan individualmente las obras, o cuando la visión del espectador proyecta luz sobre las mismas, esa lectura taumatúrgica se desvanece con la misma fantasía que se nos apareció como conjunto. Y a partir de esa extraña epifanía cada obra presentada se defiende a sí misma, pero integrándose con todos sus atributos (o razones artísticas) y ensanchando el curso de la armonía general. Es justo en ese momento cuando podemos constatar el sofisticado y ácido humor de Feldman reconstruyendo una imagen perteneciente a Rembrand (recordemos que estamos “dentro” de un interior propio de alta burguesía); pero también apropiacionismo biográfico de la pintura de Tàpies en la que rinde homenaje a su propio abuelo (es un Tàpies “figurativo” y de las pinturas más extrañas que he podido ver de este gran artista); o la anónima pintura de un retrato de mujer (obra de pintor o pintora de domingo como tantas que se pueden comprar en el Rastro) que Valeska Soares manipula para conseguir una superficie monocroma utilizando el reverso de esa vulgar efigie (la artista brasileña siempre utiliza imágenes de mujeres); con respeto a la refinada obra de Marine Hugonnier bien podemos pensar que es un discurso sobre el tiempo (estoy convencido que la artista francesa ha leído muy bien la filosofía de su compatriota Bergson) utilizando para ello la restauración de la obra de un artista del XIX, y con ello el sofisticado y muy conceptual análisis de que las obras de arte son las únicas que, por medio de la restauración, pueden “resucitar”; y finalmente las dos obras extraordinarias de Perejaume establecen una ruptura metodológica con la propia definición de “Pintura” tanto como lo que podemos entender por “Paisaje” dentro de esta disciplina, pero especialmente una fricción, intelectualmente muy fructífera, entre naturaleza y artificio.
Esta colectiva admirable finaliza el próximo sábado 25. Por la calidad de la misma debería haberse programado en otro momento, pues no tiene nada que ver con una posible “canción del verano”.







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