jueves, 1 de marzo de 2018

Francis Bacon y Lucien Freud, enemigos íntimos




David Dawson, el que fuera asistente de Lucian Freud, posa junto al cuadro 'David y Eli' y Sue Tilley, que posó para Freud, lo hace con 'Sleeping By The Lion Carpet'. REUTERS

'All too human' es el título de la exposición de la Tate Gallery de Londres que explora la relación siempre confictiva que se fraguó en el magma de la cultura de la posguerra entre los dos genios de la pintura
Francis Bacon y Lucien Freud fueron uña y carne en el Londres de la posguerra. «Nos llegamos a ver virtualmente todos los días durante un cuarto de siglo», llegó a confesar Freud, recordando las frecuentes incursiones de la extraña y temperamental pareja en los bares del Soho más bohemio. Los amigos inseparables acabaron convirtiéndose por azares de la vida en intratables rivales, aunque de momento vamos a explorar lo que les unía...
Francis Bacon era 13 años mayor, pintaba ensimismado ante el lienzo o inspirándose en fotografías, y buscaba el calor de los hombres, preferiblemente dominantes. Freud era mujeriego por naturaleza y su obra no se entendería sin su peculiar relación con sus modelos. Les separaba media generación, pero la historia acabó asociándoles con la Escuela de Londres y con la vuelta a la pintura figurativa, pasada por el tamiz del aislamiento y la crudeza, eso que el poeta W. H. Auden llegó a llamar «la arcilla humana».
All too human da título ahora a la exposición en la Tate Gallery que explora el vínculo artístico de Bacon y Freud en el contexto más amplio de ese magma que acabó fraguando en el Londres sombrío de la posguerra, y que tuvo sus raíces en la obra anterior de Walter Richard Sickert, David Bomberg, Stanley Pencer o William Coldstream (y su prolongación también en Michael Andrews, Frank Auerbach o R. B. Kitaj).
Por encima de todos, ellos emergerían los dos monstruos, que reviven su tardía rivalidad en dos salas contiguas de la Tate Gallery. Allí convergen los retratos y los desnudos de Freud («quiero que la pintura sea carne») con los escorzos manieristas de Bacon, incluido el Estudio para una retrato de Lucien Freud firmado en 1964, y exhibido por primera vez en casi medio siglo.
Descamisado, recostado, afeado, con el gesto de ira perpertua (como si mordiera), Freud es retratado en un rincón y bajo una bombilla por Bacon, que cinco años después firmaría el famoso y energético triple retrato de su amigo (el mismo que alcanzó los 142 millones de dólares en la subasta de Christie's en Nueva York).
Freud también retrató a Bacon en 1952, en una obra alabada en tiempos por los críticos por su capacidad para captar el temperamento explosivo tras la intensa mirada de Bacon. El cuadro fue robado en 1988 y no se ha vuelto a saber de él, como si un extraño sortilegio empañara desde en esos momentos la relación entre ambos.
Mientras duró la amistad, y pese a las diferencias artísticas, la mutua admiración fue la moneda de cambio. En los años postreros, Freud usó la palabra ghastly (espantosas) para referirse a las últimas obras de su viejo amigo, que le devolvió generosamente los calificativos.
A tiempo para la exposición en la Tate Gallery, la raíz de la repentina rivalidad ha quedado aparentemente al descubierto. Barry Joule, amigo tardío de Bacon y vecino de su estudio en South Kensington, sostiene que «los celos artísticos» de Freud provocaron el enfrentamiento. Y el detonante fue un cuadro, Dos figuras,pintado por Bacon en 1953 y comprado por Freud al crítico David Sylvester por el módico precio de 80 libras.
Freud colgó el cuadro, inspirado en la foto de una pelea de lucha libre entre dos hombres, en su propio dormitorio. «No dejo de mirarlo y mejora con el tiempo, es realmente extraordinario», llegó a reconocer tiempo después. Hasta tal punto se «apropió» Freud del cuadro de Bacon que no quiso cedérselo nunca a su amigo, ni siquiera para la retrospectiva de la Tate en 1985.
Tres años después, Freud llamó por teléfono al estudio de Bacon para invitarle a una exposición suya. «Fue una conversación rápida y cortante», recuerda Barry Joule en The Observer. «Con la cara roja, Francis colgó el teléfono tan fuerte que temblaron las paredes. Y siguió bebiendo whisky mientras empezaba a blasfemar y a usar un lenguaje inapropiado en él: '¡Nunca me ha prestado las Dos figuras y ahora viene con éstas!».
Pero la historia de su temprana amistad y su mutua atracción artítica no se puede borrar. Sebastian Smee, autor de El arte de la rivalidad, compara la relación entre Bacon y Freud con el pulso que libraron Picasso y Matisse o Pollock y De Kooning, solo que en este caso el vínculo era sin duda más personal. «Su trabajo me impresionaba, pero su personalidad me afecta aún más», llegó a reconocer Freud cuando le preguntaron por Bacon.
«En un período de su vida, Freud estuvo tan unido a Bacon que fue testigo de la apasionada y tempetuosa relación que mantuvo con George Dyer», recuerda la galerista española Pilar Ordovás, que estos días dedica también su propio espacio en Saville Row a la peculiar relación de los dos pintores dentro del contexto de la Escuela de Londres (London Painters).
«Cuando Bacon y Dyer necesitaban un respiro el uno del otro, Freud se llevaba a Dyer a visitar a su amiga Jane, Lady Willoughby de Eresby, en su finca de Escocia», recuerda Ordovás. «Fue durante una de estas visitas cuando Freud comenzó a pintar el retrato íntimo del amante de Bacon».
Hombre con camisa azul (1965) es uno de los dos retratos que Lucien Freud llegó a realizar de George Dyer, exhibido en la galería Ordovás junto a los Tres estudios de George Dyer que el propio Bacon llegó a realizar un año después. «Se puede decir que Dyer cayó literalmente en la vida de Bacon, cambiando para siempre el curso de la vida del artista», recuerda Pilar Ordovás, especialista en la obra del pintor de origen irlandés. «Su relación estaba llena de extremos, y la completa gama de pasiones emocionales y psicológicas bullen y brillan a través de la rica textura de la superficie de este tríptico».

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BLANCA ORAA MOYUA

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