A pesar de las múltiples facetas que abarca el arte contemporáneo, hay un objetivo común en todas ellas: hacernos reflexionar sobre nuestro presente, y a través de él, cuestionar nuestra sociedad. La finalidad del arte no debe ser retratar la belleza, sino mostrar la realidad de una manera bella, aunque su crueldad sea protagonista. Vivimos subyugados por la cultura de la imagen. Una dictadura de la estética que, por tradición, sigue enraizada en la dominación de la mujer a través de los estereotipos. La moda cambia y el ser humano occidentalizado cambia con ella, siendo la mujer su principal esclava: nunca es ella misma, debe esforzarse por camuflar su yo para estar a la altura de lo que se le exige. Y Yolanda Dorda lo sabe, lo conoce y lo expresa en sus trabajos. Primero fueron sus pinturas, pero el collage estuvo siempre presente. Desde su infancia se ha convertido en su medio de expresión, el cual domina como si del lienzo se tratase. Empezó asomando tímidamente en sus pinturas para convertirse en un elemento expresivo propio, en un todo. El trozo sustituye al trazo del pincel, la superposición a la degradación cromática. Los cortes rectos son mutilaciones, rechazando lo orgánico para expresar lo antinatural. Y se amontonan en múltiples capas que camuflan lo real, sin llegar a ocultarlo. Porque lo que esconden detrás también es importante. Sus collages muestran rostros con múltiples caras. Son máscaras, interpretadas bajo su definición filosófica.
Ya desde los inicios de la historia humana, la máscara se utiliza para interponerse entre el yo y el mundo, entre lo subjetivo y la autoridad colectiva. Nos protege ante la vulnerabilidad de nuestras emociones, y si en el pasado buscaban encarnar a los dioses, hoy siguen haciéndolo, pero los dioses ahora son humanos, y su representación la recogen la moda y la publicidad. Para Jung, la sombra es el arquetipo que alberga el sexo y los instintos, los restos de nuestro pasado animal. Es la inocencia y lo amoral, lo que es innato a nosotros. Yolanda Dorda no pierde esta sombra tras sus rostros. A pesar de los múltiples trozos, las transparencias de la máscara siempre dejan ver al yo mismo que se esconde tras ellas. El collage con el que Dorda la recubre es la persona, la que se oculta antes de dejarse ver. Es la superposición de los elementos que tratan de velar lo que somos para satisfacer los roles que la sociedad impone, y el maquillaje y la cirugía estética son sus mejores aliados. Y como muestra del culto a la imagen propia, nació el selfie. Un concepto fotográfico que nos expone al mundo como queremos ser vistos, no como somos en realidad. Es la concepción negativa en la persona de Jung, ya que puede llegar a confundirse con nosotros mismos, haciéndonos creer que somos lo que pretendemos ser. La repetición de los rostros en la obra de Yolanda Dorda es un reflejo también de la repetición del mensaje publicitario. En palabras de María Acaso, “lo que diferencia a los productos visuales artísticos del resto, aquí y ahora, son dos factores: en primer lugar, la intención de los artistas por crear conocimiento crítico que genere un significado personal en el espectador y, en segundo lugar, la necesidad de crear este conocimiento mediante un código nuevo”. Yolanda Dorda descodifica el mensaje publicitario, especialmente vinculado al mundo de la moda, a través de una nueva representación. Sus rostros superpuestos desarticulan la imagen original para recomponerla y crear un nuevo mensaje. Los ojos y las bocas rebelan todas aquellas expresiones insinuadas subliminalmente en su contexto original: es la expresión del deseo, la rebeldía, la inocencia, el miedo, la sensualidad, la sumisión, el hastío, la indefensión, la duda, e incluso la amenaza. Habitualmente pasan desapercibidas entre la multiplicidad de los rostros publicitarios, hasta que Yolanda Dorda las identifica, las selecciona y las reconstruye para mostrarlas de nuevo, ahora desveladas. Esta superposición de elementos sobre el cuerpo estaba ya presente en sus obras de temática más sexual. Son escenas donde el cuerpo femenino no es suficiente, necesita accesorios y añadidos, está dominada por el fetichismo para desplazarse de la sumisión a la dominación autorizada por la masculinidad. Es la necesidad de exhibir y provocar, mostrando lo oculto y a su vez ocultándolo, de nuevo, detrás de la máscara de los ornamentos sexuales. Y toda esta pérdida de la inocencia primitiva, la del arquetipo del yo mismo, se muestra incluso desde sus primeras composiciones, en las que la protagonista es la infancia perdida. En sus collages dominan los tonos pastel y muchas de sus sombras o imágenes de partida apenas han dejado atrás la infancia. Son niñas afectadas por la hipersexualización de la sociedad, convertidas en adultas demasiado pronto. La máscara ya no protege su inocencia, sino que la domina y convierte en un objeto de fácil sumisión. En un presente donde la imagen lo domina todo, los collages de Yolanda Dorda profundizan en nuestro papel en el juego de la imagen. ¿Qué parte de nosotros está presente en su obra? Sólo nosotros mismos podemos conocer hasta donde llega nuestra máscara.
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