Ninguna contradicción describe mejor a ciudad de México que el desequilibrio inexorable entre abundancia y pobreza. Una vista aérea de la ciudad permite observar cómo escasos parches de modernidad existen inmersos en un océano de barrios paupérrimos. Este contrastante paisaje no es nada nuevo: se remonta a épocas coloniales. Detrás del llamado “momento mexicano” está la corrupción, el clasismo, el racismo, el nepotismo, la desconfianza y su íntima amiga, la violencia, extendida y casi institucionalizada en todo el país.
Hablar de arte contemporáneo en la ciudad de México sin hacer referencia a este contexto no hace justicia a la realidad. Si bien es cierto que la capital del país tiene una próspera, vibrante y globalizada clase media-alta activamente involucrada en las artes, la mayoría de los mexicanos vive en circunstancias precarias. La representación de ciudad de México que se nos presenta hasta la saciedad en medios internacionales como exótica, de moda y en rápido crecimiento sólo aplica a ciertas áreas, que como pompas de jabón flotan en un vasto cielo gris.
Una burbuja multicolor
La pequeña esfera del mundo del arte contemporáneo en ciudad de México tampoco es uniforme. Si bien en la década de los noventa había pocos espacios interesados en las prácticas contemporáneas, en la actualidad hay una explosión de museos privados y públicos, galerías comerciales, ferias de arte y espacios independientes que trabajan con diferentes presupuestos, objetivos, especializaciones y misiones. En ellos, una gama amplia de estilos y géneros son creados, presentados, discutidos y analizados (con el vídeo y la instalación claramente favorecidos en detrimento de artes tradicionales como la pintura), pero tal diversidad tampoco es nueva. Históricamente, la producción de arte en México ha sido numerosa y ha contado con la participación de múltiples actores internacionales de Europa, Estados Unidos y América Latina. Hoy en día, la diferencia radica, quizás, en la visibilidad exponencial que proporciona internet y el interés creciente en ciudad de México como un lugar para mirar y visitar.
Ciertamente, los museos han jugado un papel fundamental en la transformación del panorama artístico. Actualmente existe una amplia paleta de instituciones públicas y privadas dedicadas a la promoción y exhibición del arte contemporáneo. Algunos museos —como el Museo Jumex, el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC) y el Museo Tamayo— manejan colecciones importantes y presentan exposiciones internacionales de gran escala, aunque en ocasiones atrapados en la tendencia de presentar soporíferos éxitos taquilleros. Instituciones con menor presupuesto —como el Museo del Chopo, Casa del Lagoy la Sala de Arte Público Siqueiros— tienen programas más diversos con artistas locales e internacionales de varias generaciones. También hay museos especializados en fotografía —Centro de la Imagen o Museo Cuatro Caminos—, artes digitales —Laboratorio Arte Alameda— y performance —Ex-Teresa.
Además de las instituciones públicas y privadas hay docenas de galerías comerciales. Algunas son mundialmente reconocidas como Kurimanzutto, que ha jugado un papel crucial en la promoción internacional de una generación de artistas mexicanos, incluyendo a Damián Ortega, Abraham Cruzvillegas y mujeres artistas –pocas– como Sofía Taboas y Mariana Castillo Deball. La galería, sin embargo, se ha mantenido bastante pasiva en la búsqueda e incorporación de nuevos talentos locales a su lista de artistas. También son importantes otras galerías que dentro de un pequeño mercado nacional de arte han logrado sortear las intermitentes crisis económicas, tales como Labor, Proyectos Monclova y Yautepec. Estas no solo representan talentos jóvenes locales sino también artistas de otras partes del mundo. Labor promueve artistas mexicanos como Antonio Vega Macotela o Jorge Satorre, y representa el trabajo de artistas como el australiano Nicholas Mangan y la argentina, residente en Ámsterdam, Irene Kopelman. Por otra parte, durante este último año, nuevas galerías como José García o Parque Galería han abierto sus puertas, esta última con un estricto enfoque en arte social, comprometido políticamente.
Como espacios para la exploración de nuevas prácticas artísticas existen numerosas iniciativas gestionadas por artistas, espacios de exposición independientes sin fines de lucro, centros comunitarios y residencias de arte, tales como Obrera Centro y Casa Maauad. Por ejemplo, Bikini Wax es un espacio dirigido por artistas jóvenes donde se organizan exhibiciones, discusiones y fiestas. Una pequeña isla es Lulu, que sin poner demasiada atención en la búsqueda de talento local, contribuye mediante la exhibición de artistas internacionales que centran su exploración en materiales y medios artesanales. Estos espacios independientes proporcionan una importante diversidad a la escena del arte de la ciudad.
En el paisaje cultural también hay diversos proyectos educativos que vale la pena mencionar. Además de las escuelas y facultades de arte universitarias existen varios centros educativos públicos. Un ejemplo es El Faro de Oriente, ubicado en un barrio con alto índice de criminalidad. Los estudiantes, en su mayoría carentes de educación terciaria, permanecen en los márgenes del mundo del arte y no se consideran productores culturales. Ciertamente no son parte de la extravagancia que atrae a los conocedores extranjeros a los barrios con cafés, galerías y capuchinos con leche de soya como Condesa, Roma y Polanco. En contraste, hay centros privados como Soma, en un barrio de clase media (San Pedro de los Pinos), fundada y dirigida por artistas que operan en el circuito internacional del arte. Soma atrae a jóvenes artistas de todo México y de otras partes del mundo. Algunos de sus estudiantes reciben becas y apoyos y navegan sin dificultad entre la clase media mexicana anglófona y cosmopolita. Si bien es cierto que El Faro de Oriente y Soma sirven para diferentes propósitos, la distancia entre ambos refleja más la existente entre países que los quince kilómetros que los separan. Estas escuelas muestran la multiplicidad de realidades de la ciudad de México y refuerzan la brecha entre grupos privilegiados y el resto de la población.
Disparando a la burbuja
Incuestionablemente la escena artística en ciudad de México sigue la tendencia global que, para bien o para mal, ha reconfigurado el mundo del arte en una red híper ávida e híper especializada de galeristas, patronos, curadores y artistas profesionalizados.
Tomemos, por ejemplo, el estado de la curaduría en 2002, cuando la curadora británica Pip Day organizó el primer programa de estudios curatoriales. En aquel momento había pocos museos dedicados a las prácticas artísticas contemporáneas, la escena de los espacios gestionados por artistas se desvanecía y las conversaciones en torno a los procesos de investigación y métodos de exhibición eran escasos. Por el contrario, hoy en día es fácil encontrar programas especializados en estudios curatoriales en escuelas y universidades públicas y privadas. La curaduría se ha convertido en una carrera relativamente establecida.
La multiplicación de los profesionales de las artes ha enriquecido, sin duda, la escena artística mexicana. Sin embargo, a pesar del florecimiento de instituciones de primer mundo como los museos, espacios independientes y galerías antes descritos, los profesionales del arte enfrentan un reto típico del tercer mundo: la falta de oportunidades bien remuneradas en un mercado de trabajo opaco y reducido.
La realidad en ciudad de México es que las industrias culturales dedicadas al ‘artenimiento’ se sostienen prácticamente gracias a la mano de obra casi gratuita de sus actores. Las instituciones públicas de manera frecuente ven reducidos sus presupuestos, producto de un sistema cultural gubernamental sin una planificación estratégica clara. Los artistas luchan, en su mayoría infructuosamente, para tener exposiciones, recibir honorarios decentes o para encontrar cabida en un circuito cerrado de galerías. Esto los empuja a depender de becas paternalistas otorgadas por el gobierno, que siempre son objeto de recortes presupuestarios y que a menudo pueden ser contaminadas por posibles conflictos de interés.
Curadores y otros profesionales del arte también tienen dificultades para encontrar puestos de trabajo justamente remunerados. Esta competencia se vuelve más problemática y tóxica ya que los museos e instituciones, en su mayoría financiados con fondos públicos, rara vez llenan sus vacantes a través de convocatorias con procesos públicos y abiertos cuyos candidatos concursen y sean seleccionados por sus ideas, méritos y experiencia. Son pocas las excepciones, como la Fundación Jumex, en que las instituciones anuncian sus oportunidades de empleo como una cuestión de rutina.
En general, el staff de los museos es seleccionado personalmente y por invitación, mediante relaciones sociales o favores políticos, y quienes llegan a puestos de alto nivel tienden a aferrarse a sus puestos durante cinco, diez años o más. Aquellos que logran asegurar trabajos dentro de las instituciones reciben salarios ligeramente más altos que hace una década, pero encuentran limitaciones a su libertad creativa para curar exposiciones. Por otra parte, algunos curadores institucionales establecen vínculos con galerías comerciales curando, coleccionando o apoyando a artistas de maneras cuestionables.
Más preocupante aún es que las instituciones públicas y privadas, así como los espacios independientes y las galerías, a menudo no pueden conectarse de manera significativa con audiencias y productores no tradicionales. Esta limitación crea un efecto de "eco-cámara": las mismas pocas personas reproducen los mismos pocos mensajes.
Irónicamente, las instituciones culturales en ciudad de México critican con frecuencia la situación política del país a través de sus exposiciones y programas públicos, pero sin que representen, dentro de su normalidad, un cuestionamiento legítimo al régimen.
Quizás sea el momento de fomentar cierta introspección crítica y evitar la reproducción de las mismas estructuras y prácticas que han llevado al país a un preocupante marasmo social y económico. Ahora que la infraestructura institucional parece bastante sólida, resulta indispensable avanzar hacia a un ecosistema profesional más transparente, justo e inclusivo, objetivo que se ha retrasado ya lo suficiente.
Espero en algún momento poder afirmar que la ciudad de México es completamente próspera, como insisten en apuntar varios textos en medios internacionales de arte. Pero hoy, esto me resulta simplemente imposible. La crisis del país no es solo política y económica sino también sociocultural.
Las contradicciones y las desigualdades están en todas partes y en el mundo del arte algunas son perpetuadas por quienes abogan por un cambio, siempre y cuando éste no altere el estatu quo y la comodidad que lo acompaña.
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