domingo, 30 de octubre de 2016

Una fenomenología del neoliberalismo Eduardo Abaroa



Sobre La tiranía del sentido común de Irmgard Emmelhainz
Mucha gente cree que no se escribe suficiente crítica de arte en México. Llama la atención que al auge de la producción y el mercado del arte mexicano desde el año dos mil, no parece haberle correspondido una producción crítica equivalente. Los textos de arte con frecuencia son elaborados por los curadores, por historiadores académicos o por los mismos artistas, quienes a menudo ponen sus ideas al servicio de algún grupo específico, dando por sentado que toda generación artística requiere de voceros.  A pesar de cientos de textos de catálogo y artículos en revistas, son todavía pocos los libros relevantes exclusivamente dedicados a la crítica de arte. No obstante, tras una inspección más cuidadosa es posible verificar que hay una producción crítica que quedó fuera del radar por diferentes razones. Durante el auge del blog los medios institucionales fueron analizados por algunos escritores bastante independientes, pero simplemente no encontraron la atención que merecían. El Comité Invisible Jaltenco surgió como un ente anónimo que desde febrero 2010 afinó su puntería contra los héroes más visibles del contexto artístico mexicano en plena escalada. Más adelante trascendió que Irmgard Emmelhainz era la autora de esos textos extensísimos cuya militancia explosiva parecía empeñada en denunciar la disidencia diplomática, y cuidadosa de los curadores oficiales. Su voz, siempre incómoda e independiente, se escucha fuerte porque proviene de un lugar distinto al que pertenecen muchos de los participantes más visibles del sector artístico de la ciudad de México, tan obsesionados por insertarse en un contexto competitivo y establecer narrativas culturales legendarias a partir de sus propios logros.
En los primeros escritos del Comité Invisible Jaltenco fue evidente la intención de denunciar el contexto artístico local, desmenuzando los compromisos que el arte “neoconservador” establece con el mercado o los gobiernos. Si bien esta indagación comenzó como un estudio del arte, ahora el enfoque se ha trasladado a investigar su contexto. El libro que nos ocupa, La tiranía del sentido común, es una amalgama de reflexiones en torno a la situación de México, entendiéndolo como un “laboratorio” de las estrategias neoliberales que se han extendido paulatinamente por muchas partes del mundo. El texto acierta en congelar esos procesos históricos que hoy conforman la condición mexicana, como un pedazo de ámbar en el que se ven insectos, fragmentos de hojas, polvo, elementos inconexos que súbitamente integran una armonía extraña. La descripción llega a ser apabullante en algunas secciones, haciendo un eco del bombardeo de información catastrófica que desde hace ya unos diez años resulta ineludible en el país. Probablemente no hay otra manera de transmitir la indignación, el terror, la euforia, el sinsentido y la apatía que parecen definir esta época. Es conveniente saber que la autora elaboró el texto durante un período de discusión con sus estudiantes. Quizá por esto algunos de los capítulos —por ejemplo, el primero, en el que encontramos una narración muy clara del avance del programa neoliberal— funcionan como un recuento conciso de algunos de los sucesos más relevantes en la historia reciente. El libro es una buena introducción a conceptos clave como biopoder,  feminismo, necropolítica que hoy se discuten ampliamente en varios rubros incluyendo el arte. Pero éste no es su único o su mayor valor. Durante la lectura del texto me volvía la idea de que la motivación principal de la autora era crear un mapa mental que quizá serviría como punto de partida a nuevas investigaciones. Más que un ensayo de teoría o historia, este es un intento por registrar la experiencia de vivir esta época del desastre mexicano, explicando cómo los medios masivos y las instituciones configuran, ofuscan y distorsionan la percepción de los procesos reales del poder político, la producción económica, incluso del cuerpo humano. Desde luego encontramos ciertas posiciones críticas, algunas influencias que los lectores habituales de Emmelhainz reconocerán fácilmente. Pero hay desfases y lagunas en los diferentes argumentos, es un ensayo visceral. Aunque el tema del sentido común está desarrollado con disciplina y a pesar de una distancia explícita respecto de las estrategias posmodernas, las citas a Baudrillard, Žižek, Weil, Berardi, Steyerl, González Rodríguez, Rosler o Harvey, se aplican según el caso y a pesar de sus divergencias, el uso del pensamiento de otros es pragmático. La ambición es aventurada y, como la misma autora presume, indisciplinaria. 
Los medios y la infosfera, para usar un término de Franco Berardi, están interconectados con la producción misma del deseo.  No hablamos simplemente de un proceso hegemónico al que podemos resistirnos partiendo de una posición distante y segura. Para Emmelhainz el neoliberalismo
«…es una forma de aprehender al mundo y generar conocimiento sobre de él, en la que impera el pragmatismo para tomar decisiones enfocándose en los resultados y maximizando los beneficios económicos individuales. Es decir, no planteo aquí al neoliberalismo como ideología en el sentido clásico: como un conjunto de ideas que participan en la reproducción del orden preestablecido y que contribuyen a mantener las relaciones de dominación y explotación. Entiendo al neoliberalismo como la producción de sentido común basado en la racionalidad del interés propio y el deseo, y que no sólo mantiene sino que causa que las relaciones de poder (una red de control) proliferen.»
Lo más difícil de enfrentar al régimen será que al ser un proceso de dirección y administración masiva de las funciones biológicas de toda la población, se ha convertido en parte integral de nuestra psique, 
«El capitalismo neoliberal está intrínsecamente enraizado en la vida, en la sensibilidad y en la distribución de lo sensible.»[2]
Enfrentar al neoliberalismo equivale a atacar una parte importante de uno mismo, es, en suma, cuestionar nuestra propia identidad nacional, individual, sexual… También significa, inevitablemente preguntarse por el proceso de construcción de una colectividad. Por ello, los análisis, a veces, obsesivos de la hegemonía de la élite empresarial, la crisis del estado de derecho y el auge del crimen organizado, es decir los eventos específicamente políticos, se combinan con asuntos que en un primer momento pueden parecer desconectados. Es indispensable analizar los programas de televisión, la hipertrofia del mercado, los movimientos de los pueblos originarios de México, los programas altruistas del sector empresarial e incluso los juguetes, porque todo esto brinda claves para eludir las soluciones simplistas e ineficaces que son en gran medida impuestas por una serie de procesos de sobrecodificación. Sumándose a la tradición crítica de Benjamin, Barthes o Sontag, Emmelhainz trasciende las islas culturales a las que estamos acostumbrados en algunas regiones, ubicando su función, a veces paradójica dentro del esquema neoliberal. Un ensayo como éste, en el que la obra de algún renombrado artista contemporáneo es susceptible de ser analizada al mismo nivel que el parque de diversiones Kidzania, donde se enseña a los niños a ser consumidores, es necesario en un tiempo en que las barreras disciplinarias están casi completamente derribadas, donde el arte y la teoría crítica se miran en el espejo de los medios masivos y viceversa. Urge esta reflexión en un país que vive una profunda crisis no sólo política sino cultural.
La versatilidad del libro es un punto a favor y también un obstáculo para abarcar todas sus vetas en este espacio. Me concentraré solamente en algunos segmentos. Mi primera elección, naturalmente, es el capítulo dedicado al arte contemporáneo, en el que quizá tengo mayor competencia. La posición de Emmelhainz es un eco de los tiempos del Comité. Hay un fuerte cuestionamiento al arte que se presenta a sí mismo como político tanto en el ámbito global como en el regional. El principal argumento es la defensa de un arte autónomo, opuesto a un arte “útil”, que a pesar de su insistencia en resolver problemas sociales, sirve como coartada a los objetivos propiamente neoliberales, en los que el estado de bienestar renuncia gradualmente a la labor de patrocinador y promotor de la cultura, dejándola a merced de todo el aparato cognitivo neoliberal. Es fácil darse cuenta cómo el arte politizado, participativo y comunitario ha degenerado terriblemente en una especie de paliativo bien pensante que no hace sino reproducir las estrategias publicitarias ya investigadas por iniciativas y ONG's pioneras como Greenpeace, o los departamentos de “responsabilidad social de las empresas”. Como apunta Emmelhainz
«la política sensible ha adaptado la acción política a la producción cultural y a los gustos neoliberales, a su sensibilidad humanitaria y a la despolitización general. Borrando las fronteras entre la vida cotidiana, la realidad política y la intervención creativa, este tipo de intervenciones tienden a no tener un programa político. Algunas veces están impregnadas de pasiones tristes (cinismo, impotencia, melancolía) y se quedan cortos al expresar o transmitir la solidaridad.»[3]
Pero habría que hilar más fino. Aunque el argumento se sostiene, suena algo injusto descalificar del mismo modo a todos los proyectos que podrían caber en esta descripción. El grupo danés Superflex, como mostró Christian Viveros-Faune en el SITAC pasado, ha tratado de canalizar los recursos económicos del mercado del arte a la causa palestina recibiendo el dinero de los coleccionistas para donar una mesa de operaciones para un hospital en esa región. De este modo buscan un espacio de visibilidad y reflexión crítica. Otros artistas son mucho menos pudorosos, o exhiben menos malicia en su colaboración con las estrategias comerciales y gubernamentales como Pedro Reyes, quien aboga por la colaboración activa en los programas sociales del gobierno de la ciudad de México. Creo que incluso la obra de artistas ya muy cuestionados en este sentido tienen experimentos interesantes a pesar de sus complacencias. Me pareció muy sorprendente el proyecto de Ai Weiwei en torno al terremoto de la región de Seichuan en 2008, que le valió su famoso encarcelamiento.[4] La investigación organizada por el artista encontró que muchos de los edificios se derrumbaron por negligencia técnica y la utilización inaduecuada de materiales de menor costo. Una de las obras del artista fue simplemente una lista de los casi cinco mil niños muertos en varias escuelas involucradas y en una exposición retrospectiva, el documental de este proceso acompañaba una instalación de varillas recuperadas del terremoto, que fueron enderezadas, hasta quedar perfectas, por un taller provisional organizado ex-profeso. El asunto se conoció a nivel mundial y tiene un tinte político conveniente a Occidente, que a su vez simula una denuncia de la corrupción en China. Pero a pesar de ello, el esfuerzo del artista chino hizo visible esta tensión. La obra documenta todo un abismo en el que confluyen varias relaciones geopolíticas de manera extraordinaria, haciendo visibles ambas caras del sistema económico actual, el supuestamente democrático y el supuestamente comunista. Más adelante el mismo artista arruinó toda su credibilidad con una serie de obras inaceptables, como aquella en que se presenta tirado en la playa, imitando la fotografía de un niño sirio ahogado en las costas europeas. 
En el caso de Tania Bruguera, quien acuñó la frase “arte útil”, no cabe duda del potencial incendiario y valiente de las obras. Lo que estorba casi siempre en la actitud de ambos “artivistas” es su protagonismo mesiánico. Es innegable que a pesar de las buenas intenciones uno se pregunta como Emmelhainz, si esta actitud simplemente escenifica y aborta la disidencia, pero algo se pierde en su generalización. No creo que deba pasarse por alto que en muchas ciudades hay grupos de artistas o similares que se relacionan sólo ocasionalmente con los canales de difusión oficiales de arte y que tienen como motivación principal generar nuevas ideas de interacción creativa y social, su distancia con el aparato de difusión artística oficial es mayor y a veces alimentan ideales anarquistas o de otra índole anti-globalizadora. Helena Producciones en Cali, Torolab en Tijuana, los Iconoclasistas en Buenos Aires o Cráter Invertido y Calpulli Tecalco en México D.F. son ejemplos que vale la pena conocer y analizar porque en efecto han hecho a un lado el protagonismo del artista en favor de una actividad grupal. Pero es verdad que no gozan de tanta visibilidad y su alcance transformador es generalmente local y esporádico. 
Un problema que encuentro en este ensayo y en otros que han analizado el sistema del arte contemporáneo en México es que casi no toman en cuenta muchos procesos que quedan fuera del mercado: escuelas, grupos independientes, espacios alternativos precarios, etc. Se da un énfasis retórico al comercio con el arte que paraliza el pensamiento acerca de lo que está fuera de él.
Dado el matiz conformista y superficial que han tomado últimamente la mayoría de los proyectos más famosos del arte útil, hay que admitir que a grandes rasgos la denuncia es válida. Queda por resolver la alternativa que propone la autora, quien alude a la tradición de un trabajo estético realista materialista evocando a artistas pertenecientes a diferentes épocas y lugares, Jean Luc Godard, Allan Sekula, Ursula Biemann, Harun Faroki etc. que ella considera arte autónomo. Ciertamente tanto estos artistas como el “arte útil” aquí denunciado difiere del utilitarismo o el productivismo vanguardistas, que pertenecieron a una realidad bien distinta. Pero me parece algo ingenuo optar sólo por una de las antípodas en estas discusiones binarias, dada la inabarcable expansión disciplinaria que hemos atestiguado en las manifestaciones artísticas y la variedad de matices que presentan. La validez de las obras tendrá que revisarse caso por caso. Hay un sorprendente párrafo de Emmelhainz en el que encontramos la prescripción del arte contemporáneo ideal. La propuesta es, siguiendo a Adorno, defender la autonomía del arte, rechazar el impulso de cambiar la realidad, y aquello que no sea dictado por la regla intrínseca a las obras, una forma de arte “no-democrática” y finalmente el rechazo total al sistema de galerías y museos, al “artworld”. Esto nos deja con la duda de cuáles serían las condiciones de posibilidad de este arte, ¿qué convención visual o qué medio de exhibición, difusión, materialización adoptaría?, ¿quién puede o debe verlo? ¿Qué novedosa economía las haría viables? ¿Las obras de arte pueden ser independientes de una institución que las albergue u ocuparían uno de esos espacios alternativos que también forman parte de esta desprestigiada coreografía de legitimación?, ¿y por qué tiene que haber sólo una ruta?
Desde el siglo XIX se gesta la mistificación de lo marginal, de lo inactual, tuvimos a Van Gogh, Nietzsche, Artaud. Hoy sentimos nostalgia de esos abismos existenciales. Emmelhainz intenta eximir al arte de la angustia que provoca la superficie banal, comercial e inabarcable de la comunicación masiva concibiendo un arte no comunicativo. Me pregunto si investigar este territorio de lo real quedaría entonces como prerrogativa exclusiva de la crítica, como si fuera una perspectiva virgen, un lugar impoluto por los intereses mundanos… Como si la crisis cognitiva actual, el conflicto de interés y la simulación no trastocaran además del arte a todas las disciplinas, las ciencias, las academias, las industrias culturales, las religiones, etc.  También llama la atención que algo de este análisis parte de algunas referencias hegemónicas bastante comunes. Adorno y Benjamin han sido por décadas el pan de todos los días del grupo alrededor de October. Emmelhainz parece no tener problemas para aceptar los planteamientos de Anton Vidokle o Hito Steyerl, artistas altamente politizados y relacionados al portal e-flux, que empezó como una lista de correos para comunicar los eventos artísticos a nivel global y es un factor tremendamente influyente en la corriente principal del arte contemporáneo. ¿Por qué la labor crítica de los editores de e-flux, que me parece admirable, no queda eclipsada, en el esquema propuesto, por su indispensable papel en la economía del arte? Es atractivo el planteamiento de este arte autónomo. Me parece un lugar cómodo y estoico desde donde trabajar, pero sería más eficaz el argumento si encontráramos en el libro un ejemplo de la subsistencia artística en este espacio enrarecido. Esperamos una noción más acabada y estimulante de estas ideas, que ahora tienen el gran mérito de ir a contra-corriente.
El quinto capítulo del ensayo es un recuento minucioso de los movimientos de la sociedad civil y de luchas sociales en México. Si antes la autora demostró que el arte en su versión neoliberal no puede generar un cambio político significativo, sino sólo simularlo y hasta sabotearlo, aquí se describen algunos fracasos de los artistas e intelectuales mexicanos al intentar algún tipo de acción colectiva más allá de sus proyectos artísticos. Pero lo más importante es lo que pasa en otros sectores de la sociedad civil. “El grupo de los cien”, el “Movimiento por la paz y dignidad”, el “Yo soy 132” y muchos otros ejemplos recientes de organización social son evaluados con cierto detalle. La autora encuentra que su efectividad es limitada, dado que muchos de ellos reducen la política a la optimización de la democracia electoral. Su actividad frecuentemente no va más allá de estar bien informado, comunicarse y enviar mensajes.
Emmelhainz ubica una posible salida de nuestro enigma en un sector que por décadas había sido ignorado por la alta cultura y por la izquierda institucional, pero que hoy tiene una relevancia renovada. Para ella, como para varios autores mexicanos en la actualidad, las acciones políticas de los pueblos originarios en toda la nación se han convertido en luces esperanzadoras que interrumpen la oscuridad del desastre político y social:
«…los esfuerzos de organización autónoma que representan las autodefensas y policías comunitarias que han tomado en sus manos la seguridad de sus comunidades, o los pueblos defendiendo sus tierras y cultura, son un ejemplo a seguir en su rechazo a los partidos que trabajan para los intereses neoliberales del Estado. Estas luchas indican la posibilidad de una nueva situación en la historia de la política…»[5]
A pesar de contener «la posibilidad de que el sistema diera un cambio radical para colapsar al actual sistema neoliberal», dicha resistencia ha surgido de «sujetos políticos rudimentarios». Pero en ella se vislumbra la posibilidad de nuevos sujetos capaces de una acción política verdadera y de crear en un futuro «un programa político y solidario creando sitios de autonomía» y «formas radicales de ciudadanía que abarquen a todos».
Aquí también hay un buen compendio de dichos esfuerzos comunitarios, entre ellos los más famosos en Chiapas y Michoacán. El diagnóstico es definitivo, la respuesta al estado de dominación imperante ha de rechazar el capitalismo, minar la legitimidad de los gobernantes y denunciar su contubernio con las élites. Lo que se requiere no es un mejor sistema de información que promueva, como en el caso de las redes sociales, una protesta fácil e inconsecuente, sino la conformación de una narrativa colectiva con la fuerza suficiente para generar un cambio radical. Lo que ha acontecido desde la publicación del libro quizá dará un giro nuevo esta percepción. A mediados de este octubre el Congreso Nacional Indígena y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, habitualmente desconfiados de la política electoral, convocaron a votar por una mujer indígena presentando otra disyuntiva bien complicada.
Estos ejemplos de análisis militante no deben dar la idea de que estamos simplemente ante otro libro de política. La tiranía del sentido común alcanza algunos de sus mejores momentos cuando la autora describe sus propias experiencias. El último capítulo está dedicado a la colonización neoliberal del cuerpo femenino. En él encontramos un recuento de las diferentes olas del feminismo y sus correspondientes batallas seguido de algunas anécdotas sobre el nacimiento de la hija de la autora, casi una epopeya de su rechazo a la «medicalización del embarazo» donde «el cuerpo femenino se considera inadecuado para realizar el trabajo de parto e insuficiente para nutrir al bebé». La búsqueda por un mejor método de parto empieza con la contemplación de una figurilla de la diosa prehispánica Tlazoltéotlpariendo en cuclillas y de allí en adelante nos enteramos de las peripecias de la mujer embarazada, con su pareja, con el doctor y los parientes en combinación con una discusión de la historia de la obstetricia y datos acerca de las condiciones en las que las mujeres paren a sus hijos atrapadas en un sistema médico donde la comodidad del médico es más importante que la de la madre y donde todos los procesos están diseñados primordialmente para la optimización económica. Esta es una excelente perspectiva desde la cual postular la existencia del heteropatriarcado neoliberal, dentro del cual, siguiendo a Amaia Pérez Orozco, incluso algunas versiones de la liberación femenina se han convertido en una nueva forma de conformismo. Como demuestra Emmelhainz elocuentemente, la construcción del género es hoy un elemento esencial de la sociedad coercitiva, que tiene que atacarse frontalmente por medio de la solidaridad y la conformación de nuevas subjetividades. 
En México hay mucho camino por recorrer para erradicar la discriminación de todo tipo. La tiranía del sentido común es de esas obras que están concebidas para producir un cambio en las consciencias y cuestionar el progresivo estado de deterioro de las relaciones sociales. Su aparición es un buen signo de que la discusión se está abriendo poco a poco y quizá no sería aventurado incluirlo en un grupo de trabajos recientes que tratan de abarcar críticamente el predicamento del México de hoy desde diferentes perspectivas, como Campo de guerra de Sergio González Rodríguez, Mexico racista de Federico Navarrete o las diversas crónicas de Diego Osorno. Estos trabajos no sólo ayudan a describir la experiencia nacional, sino que también se preguntan por la percepción colectiva de nuestra historia, nuestra realidad elusiva y nuestra propia falibilidad a la hora de aprehender lo que sucede. Sería muy deseable que muchas de estas ideas formaran parte de algún programa de acción política del futuro. El enfoque de Irmgard Emmelhainz me parece imprescindible, aguerrido y propositivo. A partir de la aplastante descripción del sistema que nos aqueja, inaugura una serie de preguntas sobre la difícil situación del arte actual y abre la reflexión acerca de algunos de los principales retos del pensamiento radical en nuestra época.
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[1] Emmelhainz, p. 40
[2] Emmelhainz, p. 20
[3] Emmelhainz p. 128
[4] Jian Xu Blogging for Truth: AI Weiwei´s Citizen Investigation Project on China´s 2008 Sichuan Earthquake, Civic Media Project, http://civicmediaproject.org/works/civic-media-project/bloggingfortruthaiweiweiscitizeninvestigation
[5] Ibid p. 221

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