5/03/2016 -
VALENCIA. "Las ciudades son trabajo", asegura Vicent Todolí (Palmera, 1968), el mismo hombre que espera no haberse "convertido en un icono". Los detesta, pero, en efecto, lo es. El mundo del arte contemporáneo en Europa del último cuarto de siglo no se entendería sin él. Puso en marcha el Institut Valencià d'Art Modern (el IVAM), el Museu Serralves y, casi contra su voluntad, cogió las riendas de la Tate Modern Gallery.
'La Tate' no pasaba por su mejor momento en 2003, pero Todolí necesitaba unos Bacon [por Francis] para una exposición en Oporto que tenía la galería londinense: "me dijeron que estaban buscando un director, que si me interesaría. Pensé que si decía que no sólo conseguiría que no me dejaran los cuadros. Así que dije, puede ser, ya hablaremos". El valenciano se negó a cumplimentar los 60 folios de la inscripción, pero insistieron y su formación académica en arte (en Estados Unidos) y la proeza de haber levantado de cero dos museos (IVAM y Serralves) le auparon al cargo. "Lo único que no volvería a hacer es volver a poner un museo en marcha; es lo más arriesgado que he hecho".
Todolí ha vuelto a vivir a su pueblo natal. "He dejado de ser liberto para ser libre". Le rodean olivos, limoneros y otros frutales: "los cultivo porque si hay un objetivo con la tierra, entonces se cuida". Vende su aceite, vende sus frutas, vive sin luz eléctrica ni agua caliente ni, por supuesto WiFi: "ni siquiera hay cobertura". De media, una vez al mes está en Milán donde es director artístico de la galería privada -e industrial- Hangar Bicocca, la que gestiona la inquietud artística -vía fundación- de la familia Pirelli.
El gran curator valenciano del arte también ha coordinado durante los últimos años la apuesta de la familia de José Luis Soler y Susana Lloret por un proyecto de colección entre la fotografía y el arte abstracto. Ese fondo, comprado para ser eminentemente visible y público, será la base de las exposiciones de Bombas Gens, el proyecto privado y que se abrirá a la ciudad de Valencia en 2017 bajo la dirección artística de Nuria Enguita. Y comisaria exposiciones, asesora y no pierde el fulgor laboral de su peso -que es considerable- en el actual establishment del mundo del arte contemporáneo.
Las ideas que Todolí regaló en la Rambleta
FOTO: PABLO ARGENTE
Este viernes se reunió con 25 representantes de distintos ámbitos del arte en el Espai Rambleta. Dentro de la propuesta 'Desayunos con sabios', Todolí se hizo presente en el contenedor cultural de San Marcelino precisamente en la semana en la que el mismo cumple cuatro años de actividad. Allí se dejó preguntar por su actual ritmo de vida, por su visión en torno al arte, el valor de la exposición, la contaminación de los ejercicios de marketing, la devaluación de los conceptos expositivos a partir de las exigencias cuantitativas, el sentido de público para los museos y, en definitiva, su propia visión del mundo.
Lo cierto es que en la actualidad, por las respuestas que fue hilvanando en una charla muy distendida, trufó su carísima presencia con algunas ideas memorables. Por ejemplo, aseguró que "el lujo es la no luz", y justificó su apuesta por vivir iluminado entre cirios y espejos. El valenciano, el mismo que en siete años de la Tate Modern concedió una sola entrevista, admitió entre cafés e ideas que apenas visita Valencia, que no recibe informaciones del IVAM ("no estoy suscrito a su boletín") y aseguró no haber estado antes en la Rambleta, desconocer Las Naves y más aún si la actividad cultural en la ciudad era más o menos efervescente a la de otra época.
Sugirió que la ciudad de Valencia y su población artística podían acusar un problema de comunicación exterior, toda vez que él recibe "información sobre exposiciones en Nueva Zelanda". Confesó leer "exclusivamente novelas, ficción", excepto cuando trabaja. Conceptualizó de forma brillante que "toda exposición es un trabajo de investigación" y separó como se separa el aceite (Tot Oli, el suyo) del agua el papel de los programas educativos, del marketing, de las redes sociales y de cualquier "añadido" al valor de la propia exposición.
"En un mundo ideal, no habría textos en una exposición", aseguro. Igual que no acepta la existencia de Twitter ni le interesa, apostó por una visita de las exposiciones mucho más experiencial para el visitante, en museos donde todo lo que cabe, preguntado por la explosión y fusión de disciplinas, "es arte. Nada más y nada menos". De hecho, cuestionado por la irrupción de una obra generada en Instagram en la Tate Gallery, él resolvió: "que esté hecha en Instagram no tiene ningún valor. El cómo no tiene valor sobre la obra; un pintor puede pintar un cuadro con el pie derecho, pero lo único importante es el resultado final".
Desacralizó el espacio expositivo, los edificios, a los que otras veces ha resumido como meros contenedores, accidentales en toda medida, de lo que verdaderamente sucede dentro: el contenido. El ejemplo, una relación de choque profesional con Siza Vieira, el afamado arquitecto que ante los conceptos de Todolí para la creación del Museu Serralves espetó: "este nos quiere robar espacio para poner arte".
Contra la democracia de los criterios expositivos
Todolí levantó muchos pares de cejas, entre los reunidos, cuando se refirió a sus diferentes visiones en torno al trabajo en equipo: "es necesario, pero el consenso para crear una exposición lleva a la pobreza. Al final, se renuncia a las aristas con tal de contentar al otro". Añadió en la misma línea que siempre ha buscado rodearse de gente joven, "que esté desarrollando sus primeros proyectos", en una consideración de que ese impulso se pierde con la edad y el bagaje. Aunque ha contado con comisarios y asesores, como director de museo -un lugar al que no piensa volver y para el que ha tenido incontables ofertas en todo el mundo- "la última decisión es mía".
Acepto su "tendencia a mandar", se confesó como "no demócrata en el trabajo" y avanzó que el gran problema del sur de Europa en la gestión cultural y de arte -y se entendió que no sólo en estos ámbitos- es "el amiguismo y el clientelismo". Él mismo puso en valor la distancia que en Reino Unido o los países escandinavos tienen al respecto, y el poder de la meritocracia que también ha sido un valor en alza en su propia carrera.
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