miércoles, 24 de febrero de 2016

ALGUNOS DE LOS NOMBRES QUE POSEE LA BELLEZA


Ignasi Aballí, ‘sin principio / sin final’, en el MNCARS
MODO LECTURA
La última ocasión que tuve la oportunidad de ver una muestra más o menos “antológica” (concepto un tanto engañoso, o tramposo, que por fortuna cada vez se usa menos a favor del más racional y apropiado de “revisión”) de Ignasi Aballí (Barcelona, 1958) fue en el MACBA de Barcelona y a finales del 2005. Algo más de diez años después de aquel evento —0-24h. fue el título de la exposición—, el Reina Sofía ha organizado una nueva revisión de su trabajo. Más o menos correspondiente a la producción artística que su hacedor ha realizado desde aquella fecha hasta el presente, más la incorporación, muy oportuna en mi opinión, de obras anteriores al arco temporal fijado, a modo de cinematográficos “flashbacks”. Pero en realidad deberíamos hablar de lo que en literatura se entiende como “analepsis”, técnica que altera la secuencia cronológica de la historia (una muestra de arte es siempre una narración visual), conectando momentos distintos y trasladando la acción al pasado para una mejor comprensión de la obra realizada en el presente de la contemplación. El título de la actual es sin principio / sin final, en respetuosas minúsculas, y está comisariada por João Fernandes, subdirector del MNCARS. Al igual que el título de la muestra de Barcelona, el actual también nos remite a una consideración del tiempo como eje vertebrador, fundamental, en la obra del artista. Parafraseando una idea de Cioran creo que la admirable obra de Ignasi Aballí “deja un sabor de exilio, como todo lo que mezcla lo absoluto con el tiempo”.
Lo “absoluto” ha sido para este artista, desde mediados de la década de los ochenta, la Pintura (aquí sí se imponen las mayúsculas), y su condición más que práctica. En el hacer “pictórico” de nuestro artista (se asumen todos los entrecomillados que deseemos considerar) la condición de la pintura sería algo así como el continuo cuestionamiento de los parámetros fundacionales de su misma “ilusión pictórica”, con la voluntad de crear un horizonte de acción que contemple de y en la pintura no tanto su “destrucción”, o muerte, como el deseo posibilista de traspasar, menos que transgredir (que también), la rigidez histórica de sus límites, gracias al aprovechamiento de unas fugas determinadas, o “escapes conceptuales” si se me permite esta exageración del sentido, por donde se derrama la vitalidad agónica de sus constantes históricas.
Insisto: ello fue así desde sus prometedores inicios, pero la obra realizada en los últimos años nos impide seguir insistiendo en estos parámetros que fueron tan necesarios e importantes —por supuesto— para la consecución de los actuales trabajos, y que de alguna manera se mantienen como luciérnagas de sentido y comprensión, aunque lo cierto es que desde los primeros años del nuevo milenio la obra de Ignasi Aballí se la puede calificar tanto de pictórica (“de aquella manera”, por utilizar una simpática expresión muy utilizada en Barcelona) como de escultórica (más o menos lo mismo), sin olvidar la fotografía (pura) como pintura otra, o los sofisticados discursos de “arte público” tan presentes en su conocidos listados, o los refinados estudios teóricos sobre el color, o la muy necesaria corrección que exigen todas sus obras cuando se manifiestan en el espacio, lo que también nos indica que hay una parte de su obra a la que, sin dejar de ser específicamente lo que el artista pretende, bien podemos calificar de intervención o instalación…
Digamos, entonces, que la “condición pictórica”, en una implacable negociación con su propia desaparición, ha tenido la necesidad imperiosa, vital, de transformarse en un continuum de efectos artísticos. Me interesa mucho mantener a partir de ahora esta expresión, “efectos artísticos”, para intentar desarrollar un análisis en el que la pintura se interprete como disolvente de sí misma, pero una disolución productiva: más se piensa en ella cuanto más la vemos reproducida y expuesta en formas y volúmenes, en fotografías y páginas reproducidas de ensayos ajenos, en carteles publicitarios y listados de variada información.
Ciertamente, por “efectos artísticos” podemos entender lo que queramos. Mucho. Incluso todo. Hemos de tener en cuenta que en la obra de Ignasi Aballí el primer “condenado” es siempre la “titulación” de lo creado, el fácil nominalismo descriptivo o la imposibilidad de agrupar en un mismo todo la relación de nombre (o disciplina) y contenido. Hablando de la pintura de Pollock, o mejor: de su dispersión, Rosalind Krauss, muy sagazmente, apunta que “a medida que la frontera entre lo de dentro (la pintura) y lo de fuera (el marco) empieza a desdibujarse y romperse, cabe la posibilidad de percibir hasta qué punto la ‘pintura como unidad’ es una categoría artificial, construida sobre la base del deseo, muy similar a la de ‘edición original’”. Esta idea me parece muy sugerente, más por lo que ilumina con respecto a las derivas pictóricas que se dieron a partir de la década de los sesenta, que si se contempla únicamente (que también, por supuesto) con respecto a la obra del pintor norteamericano. Pero interesadamente, y focalizando en la obra de nuestro artista, nos apropiamos de ese “artificio de la pintura como unidad”, y con ello el cuestionamiento de una cierta y rígida idea de autoría dentro de la práctica misma de la pintura (que deviene lógicamente “efecto artístico”), pues ejerce de detonante de nuevas realidades creativas, de desplazamientos de signo y representación, y de continuas transgresiones de estilo (representación) y concepto (idea).
Es muy importante abundar en el hecho de que el trabajo de Ignasi Aballí, y más en los últimos años, ha asumido las estructuras necesarias para la captación de un universo de lo real sin por ello descender a una trama “realista”, ni siquiera domésticamente figurativa, pero sí muy dotado ese universo del que hablamos para permitir situarnos (en tanto que espectadores) en un territorio donde se expresan cosas y hechos en una rítmica musical (no está estudiada esta cualidad en el trabajo del artista), menos aleatoria de lo que en un principio pudiéramos suponer, donde espacio y tiempo se conjuran para la conquista de un nuevo lenguaje. Un lenguaje, o una ordenación de signos, que se introduce en nuestra percepción psicológica y visual por la ventana despojada de su marco que sirvió a Apollinaire para la redefinición textual de la forma/espacio; para, a continuación, esa misma forma resultante en el espacio emprender la huida por otra ventana igualmente desmarcada, la misma por la que escapa el pez soluble de Breton, es decir: la forma/tiempo, a la búsqueda de ese tan imposible como nostálgico objeto/cuadro, o pintura/escultura, que nos devuelva la biología cultural de las cosas, de los hechos, de los efectos artísticos.
Esta muestra de Aballí me ha parecido magnífica y con una excelente selección de obra. Pero se me ha quedado un poco corta, escasa. En el mejor sentido de la expresión, falta obra. En cualquier caso, lo que se contempla es extraordinario. Así de efectiva e inteligente es la obra de este artista. No pondremos ningún reparo a quien quiera ver en la efectividad y la inteligencia algunos de los muchos nombres que posee la belleza.

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BLANCA ORAA MOYUA

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