domingo, 12 de junio de 2016

Nacht und Traum / Conversación con Ángela Bonadies*


María Virginia Jaua

La situación en Venezuela no ha hecho sino deteriorarse cada vez más y más deprisa, se están produciendo fuertes protestas y saqueos por la falta de alimentos y medicinas. La desesperación ha llevado a los ciudadanos a reunir firmas para solicitar un proceso revocatorio del ejecutivo  que no ha sido reconocido, es más ha sido desdeñado. Quizás debido a la próxima contienda electoral en España y también debido a los usos que cada uno de los partidos políticos ha dado a la realidad venezolana, esta no está siendo leída de manera acertada.
El llamado “estado de excepción” se ha establecido como una pesadilla sin fin que los venezolanos han ido asumiendo como una condición de la que sólo es posible salvarse, huyendo del país -o siendo víctima de la violencia y de la negligencia de un gobierno que es incapaz de proveer alimentos básicos, salud y seguridad. Es decir, Venezuela ha pasado de ser una promesa de modernidad tropical a un infierno del que la población no ha terminado de entender cómo llegó.
Quizás como un llamado a la reflexión de muchos lectores que son ajenos a la realidad que se vive en este país y por ende al trabajo de representación que realizan muchos artistas venezolanos, es que proponemos esta conversación con Ángela Bonadies que va asociada a su trabajo Estructuras de excepción y que publicamos en “Máquinas de visión”, que es una sección en la que presentamos el trabajo crítico que también hacen los artistas con una de sus principales herramientas: la imagen.
Esperamos que puedan dedicar unos minutos al visionado de este trabajo y que el contenido de la conversación con la artista complete y, al mismo tiempo, suscite un mayor interés en los lectores, que les haga ir más allá de las etiquetas de uno u otro bando y de las limitaciones propias de las disputas políticas por el poder y de las guerras asociadas a la imposición de unos relatos sobre otros, ya que estas posturas radicalizadas casi nunca alcanzan a entender situaciones complejas y de tanto sufrimiento.
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Antes de comenzar a entrar en materia, sería pertinente sentar algunas posturas con respecto a la conversación que les queremos proponer. Se nos ha planteado que el ‘shock’ a partir de Naomi Klein, podría ser una estrategia artística o un método estético con el que los artistas trabajan para revertir el efecto negativo de las políticas neoliberales del capitalismo o de cualquier ideología o incluso los destrozos de una guerra o una catástrofe natural. El arte contemporáneo serviría entonces como una suerte de ejercicio de mediación que ayudaría a los hombres a “digerir” el trauma ocasionado por las terribles realidades a las que está sometido en lo que llevamos del siglo XXI. He pensado que a través de una conversación con una artista que aborda algunos de los ejes temáticos a los que se quiere dar forma, o sobre los que vale la pena reflexionar en relación a esa “posibilidad”, se podría llegar a otros planteamientos quizás menos “salvíficos” y menos esperanzadores pero quizás más auténticos y por ello más “productivos”.
Tengo un recuerdo de uno de mis viajes a Venezuela en 2006. En esa ocasión un amigo fue a buscarme al aeropuerto y cuando subíamos de La Guaira (litoral cercano a Caracas separado por montañas) hacia Caracas, me dijo con un humor tragicómico: “vamos a cruzar el puente, pero quiero que sepas que está a punto de caerse. Espero que logremos pasar, pero no estoy seguro de que cuando te vayas a ir de regreso a México, vayas a poder cruzarlo.” Y efectivamente, la profecía se cumplió y el puente se vino abajo dos o tres días después de haberlo cruzado. Una vez terminada mi visita, la odisea desde la casa de mi padre hasta el aeropuerto fue una  experiencia fuerte y dolorosas. Algo así como un viaje al corazón de las tinieblas. La única posibilidad de bajar era por la carretera vieja de la Guaira, que fue completamente militarizada para la seguridad de los vehículos, ya que esta vía atraviesa innumerables barrios miserables y violentos; además, por la inseguridad y el tráfico tenías que salir hacia el aeropuerto un día antes si querías asegurarte de no perder el avión. Se vivía un ambiente de contingencia y miedo a la incomunicación. En medio de esas circunstancias tan difíciles, una familia me brindó su hospitalidad en medio de las ruinas de la tragedia natural que devastó la Guaira en 1999. Uno de los hijos de la amiga de mi padre que me alojó esa noche, me preguntó ¿hace cuánto no vienes? Le respondí que hacía mucho tiempo, que yo no había paseado por la Guaira desde mucho antes de la tragedia. Entonces me llevó a hacer un recorrido por la zona para que viera las huellas de lo que había sucedido. Experimenté en propia piel el “shock” no tanto a causa de la devastación que ocasionaron las lluvias y los desprendimientos de tierra, sino por los más de siete años de indiferencia y de desprecio hacia la gente que permanecía ahí. La tragedia para ellos no había concluido, sino que permanecía: las piedras inmensas sobre las casas, el lodo seco, las construcciones destruidas. Sentí un dolor profundo, que más tarde se disipó durante la cena con la familia, en una noche tibia y divertida, bajo un árbol de mango. Esa convivencia me hizo regresar a algo que me resulta difícil explicar y que quizás solo puedo llamar humanidad. Algo que asocio con cierta ligereza y calidez de la “venezolanidad”.
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María Virginia Jaua: Mucho de tu trabajo es ir a “ese” lugar. Es un lugar indescriptible. Es un lugar que conocemos y que amamos pero que ni es ni será… Me gustaría quizás empezar por hablar contigo acerca de ese viaje, de esos viajes…
Ángela Bonadies: El viaje a La Guaira o al Estado Vargas es un viaje a un “estado melancólico”, podría decir. Es un lugar que, a pesar de su paisaje poderoso, se ha convertido en tierra de nadie y de todos, en patio trasero con vista al mar, en sala de espera, en un espacio permanentemente provisional y ruina dominante, de especulación y contraste, de desplazados: unos y otros, los que son de allí y los que vienen de otras tierras, los que siempre hemos ido y lo recorremos, todos hemos sido desplazados: de origen, de labor, de paisaje. Es también y, como dices, un espacio de humanidad, un lugar donde el trauma nos volvió conscientes de nuestra vulnerabilidad. Es eso, un lugar  habitado y transitado por seres vulnerables, tanto los que vivieron la tragedia como los que llegaron después y todos los que amamos esa costa, que es nuestra salida al mar.
También al recorrerlo he tenido la sensación de que es un territorio “pre-legal”, donde no existe ni ley ni derecho, donde los especuladores y poderosos asumen la forma de un dios castigador y limosnero. Y mientras tanto la gente deambula y espera en medio del caos de ese lugar indescriptible.
Empecé a realizar ese viaje sin pautarlo, varias veces al mes o una vez cada tanto, cuando puedo, paso por los mismos lugares, siempre acompañada. Ha sido un recorrido por el litoral y por estructuras arquitectónicas que he elegido como paradas obligadas que he ido registrando. Por ejemplo: una casa abandonada por los propietarios en Los Corales con una piedra inmensa estrellada en el techo que ha sido ocupada por grupos de desplazados a la espera de una vivienda que el gobierno les prometió. Desde que empecé a visitarla en el año 2013 ha sido ocupada por al menos cuatro familias distintas y la piedra sigue allí, desde 1999: en la casa fracturada han construido nuevas habitaciones y todos conviven con la piedra y con la leyenda que cuenta que en las bases de la casa habita una gran serpiente desde el año de la tragedia. El peligro se ha desplazado hacia figuras mitológicas, superiores o irreales. Es algo que me interesa: las narraciones que parten de la arquitectura, que funciona también como archivo y estructura vulnerable, como archivo de historias.
Esos viajes o recorridos tienen un lado afectivo, el de negarme a perder ese vínculo que mantengo desde la infancia: pocos recorridos me emocionan tanto como el de la carretera de la costa.  Por otro lado, me interesa como espacio geográfico que envuelve y traduce lo que han sido estos años de gobierno, que ya son dieciséis. Creo que hay que registrar lo que allí sucede: Vargas es un archivo tumbado en la costa.
MVJ: Me gustaría que juntas pensáramos acerca del “estado de excepción”. El estado de excepción es y ha sido una de las “herramientas” que ha utilizado el Estado, en Venezuela pero también en otros lugares, para, por ejemplo, mantener el despliegue de fuerzas represoras y hacerlas pasar como algo cotidiano… La violencia se ejerce, se siembra pero también se cosecha, como la excepción que en Venezuela se ha convertido en regla, que se ha instalado como un programa…
AB: Una estrategia a través de la cual el Estado convierte la vida en una realidad violenta: siembra el miedo, inventa enemigos, no controla la violencia sino expone las fuerzas que la deberían controlar, militariza el país, alardea, se sitúa como todopoderoso y nos encierra en un círculo vicioso de continua ofensa y defensa. El gobierno -que en el caso de Venezuela se ha apropiado completamente del Estado y no tiene instituciones independientes que le pongan límites- se mantiene en el poder, precisamente gracias a esa excepcionalidad decretada y programada, permanente.
Hay un libro de Theodor Adorno, “Ensayos sobre la propaganda fascista”, que describe perfectamente lo que nos sucede y ha sucedido en otros regímenes totalitarios: el discurso explosivo de un político-predicador que inventa un enemigo amorfo, inalcanzable o inexistente –léase, en nuestro caso, imperio u oligarquía– y a partir de ahí crea un gobierno paranoico que lo único que busca es controlar y permanecer en el poder.
MVJ: Hablemos sobre tu trabajo “Estructuras de excepción”… En el cual reúnes la palabra excepción junto a estructura. ¿Se puede “estructurar” la excepción? ¿Se puede arqueticturizar la excepción?
AB: Siguiendo el hilo de lo que hemos hablado arriba, sí. Se puede estructurar la excepción si forma parte de un programa de gobierno que pretende envolvernos y aislarnos, si hace de la excepción su poder. Por otro lado, en relación a mi trabajo, lo que busco es inventariar esos casos “excepcionales” que he encontrado; numerarlos, convertirlos en un gran listado, contar lo que cuentan esas arquitecturas, darles la palabra. Así, cuando forman parte de un grupo amplio, se puede intuir o apreciar el carácter programático de nuestra excepcionalidad. Vuelvo a ello: el “estado de excepción” construye un “estado permanente” blindado. El territorio se convierte en un archipiélago de excepciones (robo el título de un libro de Bauman) y así es mucho más difícil construir redes y resistencias, pues estamos atomizados, separados. Un ejemplo tan concreto como metafórico es la caída de los puentes a lo largo del país. Un país que está atravesado por ríos y quebradas necesita puentes; si no existen, si no se mantienen, no hay comunicación entre las partes, se desarticula la resistencia. Una y otra vez me viene a la cabeza esa frase única de Marianne Moore: “las omisiones no son accidente”. Dejar de hacer también es parte de un programa, no es un accidente. 
De mi parte no se trata de “arquitecturizar” la excepción, sino permitir que la arquitectura la enuncie, la narre.
MVJ: Me parece que hay algo muy interesante en tu trabajo al hablar desde la “arquitectura”. Porque curiosamente una ciudad como Caracas, que fue un ejemplo modelo de la llamada “modernidad” latinoamericana registra de manera brutal esa violencia… en sus casas, en sus edificios, en sus puentes y en sus autopistas. Pero también su increíble potencia lúdica, y de desafío a la realidad ¿Cómo estableciste esa relación?
AB: Me formé en arquitectura en la Universidad Central de Venezuela. Luego la abandoné y tiempo después volví a ella por este lado, por una entrada lateral. Lo que me interesa es que la arquitectura es un archivo vivo. Como dices, ella y sus estructuras muestran la violencia que se vive y lo hacen sin retórica, la exponen y evidencian. Tomas una foto de un edificio y es una entrevista. Si además investigas su historia o lo que allí ha sucedido, te cuenta sobre el país, la política, la economía, por dónde sopla el viento.  Es una veleta, te habla de los aires y el color de las ráfagas,  de los intereses del momento. También deja ver tu subjetividad, por supuesto.
¿Cómo y por qué cambian los usos? ¿Por qué en los últimos años algunos edificios, entre ellos algunos con valor patrimonial y símbolos de la modernidad, se han convertido en blancos de la violencia, refugios, cárceles, centros de formación para cuerpos de seguridad, ruinas, oficinas gubernamentales? ¿Cómo podemos traducir esacapacidad de la arquitectura de ejercer una resistencia?
MVJ: También hay algo en este tipo de situaciones de excepcionalidad que me hace pensar en que cuando el “Orden” (si algo así existe, pues ya los griegos lo pusieron en duda) se trastoca y se quiebra, los niños son felices. Digo niños pero podría decir ese espíritu lúdico o de rebeldía inherente a la creación. Quizás es la manera de neutralizar el “shock”. El arte, si se da, particparía quizás de una actitud igualmente “irresponsable” de no salvaguardar ningún orden, el arte no conserva nada para la historia sino que a lo sumo sueña… o juega. ¿Hay algo de inconsciencia o de estado infantil necesario para poder atreverse a jugar con lo serio? ¿Será por eso que mucho del arte que se hace actualmente no se diferencia de un periódico o intenta de alguna manera suplir un medio de difusión de la realidad?
AB: Creo que “neutralizar el shock” es una buena forma de plantearlo: trabajar sobre lo que está trastocado y darle otro orden posible o ponerlo a la vista o pensar sobre ello. Me interesa lo que está desplazado y juego con ello, pero pongo en duda que sea una situación que me lleve a la felicidad. Creo que el orden trastocado seduce, sorprende y permite proponer otras formas. Es decir, si existe “un orden” (que en nuestro caso y paradójicamente es un desorden planificado), lo que seduce es plantear otros posibles, salir de la vía única, soñar bifurcaciones, jugar con otras formas no impositivas o al menos propiciar preguntas. El texto de Freud sobre lo siniestro o lo ominoso (unheimlich), basado en el cuento “El hombre de arena” de E.T.A. Hoffmann, para mí explica esa seducción y locura por lo desplazado.  Hacer saltar las órbitas de los ojos y enamorarse de una autómata son bellas imágenes.
Es interesante lo que dices sobre el arte que se hace actualmente, que se parece mucho a un periódico. Porque puede significar que el sueño de trastocar el orden se convirtió en realidad o en pesadilla, se volvió cotidiano. O que la realidad superó la ficción, como muchas veces he escuchado decir en Venezuela. Recuerdo que un artista soñaba con llevar un tanque de guerra a un museo y el gobierno chavista lo colocó allí y llenó las salas del museo de refugiados. El hipódromo de Caracas se transformó en un barrio peligroso sin caballos. Fuimos rebasados. Todo planteamiento de ficción y ciencia ficción fue volteado e invertido. La sorpresa vino de parte del gobierno represivo y eso nos da mucho que pensar. Hemos visto tantos tanques en exposiciones internacionales: como fuentes, como cintas de ejercicio, volteados, enterrados, desarticulados, cumpliendo otra función. Pero ese tanque en las puertas de un museo en Caracas era de verdad; nos estaba diciendo algo que entendimos después: que nos declaraban la guerra. Muchos han perdido la risa, que permite leer todo de una manera dislocada. Nos falta distancia con la realidad. Estamos asfixiados de realidad. Existe una guerra y es contra la subjetividad.
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Coda
AB: El arte, es cierto, está pegado a lo material. Creo que por eso cuesta tanto pasar afecto a una pieza, porque la “materialidad” puede tragarse una buena parte. Cuando estudiaba arquitectura compartí clase con una chica llamada Sonia. Ese semestre teníamos que diseñar una casa. El día de la entrega Sonia llegó sin maqueta y sin planos y empezó a explicar el proyecto sobre su mano. Para mí fue una representación perfecta. Ese año dejé la carrera y ella también. Es una anécdota pero la recuerdo como una iluminación. En una facultad tan constructiva, ella tuvo la capacidad de convocar otros espacios.
MVJ: Pienso que para ti –y para cualquier persona que trabaja con imágenes– sería indispensable leer el libro de José Luis Brea Las tres eras de la imagen. Ahí está muy bien explicado y expuesto, –bien es cierto que con un alto riesgo para el productor, es decir, el artista– lo que cada tipo de imagen entraña a nivel ontológico. Y el ejemplo de tu amiga, que presentó su proyecto arquitectónico en la palma de su mano es excelente. Porque en él reside precisamente la libertad absoluta, es decir la desmaterialización, la liberación de lo que está esclavizado a la materia. Es por eso que quizás el mejor proyecto es el utópico, el irrealizable. El que se cumple en la mente que es capaz de verlo y de tocarlo. Aquí también existe una relación directa con el tema del duelo, en el que sigo trabajando, porque en el tránsito de la obra “perfecta” o “lograda” es decir, la que está en nuestra cabeza hacia la obra “material” esa que se exhibe y que el espectador puede ver y/o tocar está irremediablemente marcada por la pérdida. En ese camino de la producción de la obra se pierde “algo” y el artista vive atrapado en una condición contradictoria en la que es víctima y al mismo tiempo agente del duelo que es intrínseco a su práctica.

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