martes, 17 de mayo de 2016

"En la cultura digital, el arte contemporáneo es una subcultura, vinculada al negocio"








Mey Cuesta. Foto: Lluis Brunet
Mery Cuesta. Foto: Lluis Brunet


Mery Cuesta (Bilbao, 1974), acaba de publicar La Rue del Percebe de la Cultura y la niebla de la Cultura Digital (Consonni), una reflexión híbrida que incluye textos ensayísticos, apuntes autobiográficos y cómic acerca de las transformaciones que las diferentes expresiones culturales están viviendo con la llegada de Internet. Mery Cuesta, que se ha retirado de las redes sociales, pero que se mantiene activa como comisaria, crítica (en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia), docente y dibujante de cómics, además de batería de la banda Crapulesque, cierra el libro con una recomendación: el giro hacia la introspección.
¿Desde cuál de tus distintas facetas surge la idea de publicar La Rue del Percebe de la Cultura…?
Llevo mucho tiempo dando clase de de Estética, Cómic, etc [entre otras actividades, Mery Cuesta dirige el Master de ilustracion y Comic de ELISAVA]. Desde hace cuatro años, en distintas clases fui desarrollando de manera natural un dibujo que se asemejaba al de la "Rue del Percebe, 13", la famosa casa de Francisco Ibañez, que me servía a mí para explicar a mis alumnos desde los Nuevos Románticos, el Pop Art hasta el Underground, desde la alta cultura a la última subcultura. Y a medida que iba desarrollando mis clases, cada vez incorporaba más elementos que me llevaron a la decisión de  poner por escrito mis reflexiones sobre este cambio de paradigma que estamos viviendo, sobre todo quienes hemos nacido antes de la llegada de la cultura digital. En este sentido, me atraía reflexionar sobre cómo las nuevas generaciones no tienen tan claro este edificio compartimentado de la Rue del Percebe cultural.
Ese edificio en el que introduces la alta cultura, la cultura oficial, el underground, etc, aparece compartimentado y también jerarquizado, pero la llegada del nuevo paradigma con Internet lo ha transformado. Aunque en tu libro señales que Internet supone un mayor control que no es democrático, por otra parte ha servido para que todas las expresiones culturales se igualen, donde El Rubius es igual que Jordi Savall.
Es cierto, multitud de comportamientos que hasta ahora no eran visibles han salido a la superficie. Lo que ocurre es que al emerger dentro del mundo digital, por ejemplo todo componente de peligrosidad o subversivo que podrían tener esas subculturas (sabiendo que en el siglo XX esas subculturas han estado vinculadas con cierta marginalidad, ilegalidad), desaparece. Sí, hay una celebración, hay un encuentro, hay un reconocerse a través de la red, algo que hace 30 años sería imposible, pero también supone su asimilación. Asi ha ocurrido, por ejemplo, con el burlesque. Y eso sucede con otras formas de underground.
¿Hacia dónde derivarán entonces esas expresiones culturales, que reflejas en tu Rue del Percebe en los sótanos del edificio, para que sigan en ese ámbito underground?
Como comento al comienzo del libro, es muy difícil aventurar pronósticos acerca de cómo va a evolucionar el ámbito cultural, tienes que tirar de lo visionario. No sé cómo las subculturas podrán sobrevivir en cuanto a su secretismo, a día de hoy tendrían que no estar en Internet.
Con lo cual dejarían de existir, como quien dice, porque lo que ha conseguido Internet es equiparar toda expresión cultural.
En efecto, lo que ha ocurrido es una vuelta de la Rueda de la Fortuna. La cultura digital, en tanto que niebla, ha llevado a una confusión de las diferentes expresiones culturales, de los pisos de ese edificio de la Rue del Percebe.
¿Qué quieres decir cuando hablas de niebla como metáfora de la cultura digital?
Es esa situación un poco como de flotación que se siente cuando se está en Internet, que decía Barlow, pero también por lo que tiene de ambiente que invade todo, con las distintas gentes conectadas en función de sus intereses alrededor del mundo, pero sobre todo por la confusión, por cómo las nuevas generaciones no entienden esa Rue del Percebe cultural, no asumen el consumo cultural como lo hacíamos nosotros antes. Para ellas, es lo mismo el Rubius, que una película de Spielberg, que un corto que han grabado en el barrio. Hay una cierta confusión a la hora de categorizar la cultura que se expresa en lo que defino como el paradigma del cambio continuo, cuando no sabemos muchas veces si algo es bueno o es malo, como por ejemplo, el whatsapp, una herramienta que me sirve para conectar con gente a la que no veo y vive a miles de kilómetros y, por otro, me provoca un dolor de cervicales horroroso y voy en el metro como un hámster y no me entero de lo que pasa alrededor. Nuestra generación y las anteriores tendemos a la valoración moral, algo que las siguientes generaciones no estilan. Ese no ver bien lo que está ocurriendo alrededor, esa tibieza,  esa sensación confusa es la niebla que metafóricamente define a la cultural digital.
¿En esta cultura digital, y en la producción cultural contemporánea cuánto hay de impostura? Te lo pregunto en referencia al cómic que cierra el libro en el que abordas de manera autobiográfica la ficción de cómo dejas la crítica de arte por el cómic.
Es verdad que no he dejado de ser crítica ni comisaria, pero también que en el cómic cuento cómo a los siete años de escribir en Cultura/s en La Vanguardia (ahora llevo 13), estaba ya hasta  el moño  de toda esa gente falsaria, del artisteo, del ambiente que rodea los actos artísticos, así que decidí sin desvincularme, sí alejarme de ese mundo. Vamos, que no voy a las inauguraciones.  Me siento una outsider, libre.
Y desde esta posición, ¿cómo ves el mundo del arte contemporáneo?
La cultural digital ha dejado el arte contemporáneo en una subcultura completamente. Están muy encerrados en sí mismos y va cada vez más por la idea del negocio, los lenguajes que se utilizan son supercrípticos, no buscan encontrarse con los posibles interesados. Es un ámbito profesional cada vez más separado del gran público, al mismo tiempo que tiene una vertiente vinculada con el turismo, con los museos bastante llenos, lo que no quiere decir que haya una comunión real de la gente con los contenidos.
¿Dónde viviría el arte contemporáneo en el edificio de la Rue 13 del Percebe?
El arte vivía en el ático, aunque ahora en el mundo de la cultura digital ha pasado a la subcultura, más cerca del sótano, es un nicho sin ninguna vocación de hacerse entender.
En el libro hablar de la famosa soprano Florence Foster Jenkins, recuperada este año con dos películas ( Marguerite y Florence Foster Jenkins), ¿estamos ante un “signo de los tiempos”, concepto que utilizas para hablar de cuando en una generación se reivindica lo mismo en distintos lugares?
¡No sabía que se habían hecho dos películas sobre Florence! Sí, totalmente parece que es un signo de los tiempos: me dijeron en Madrid cuando presentamos el libro que se iba a hacer una, pero dos, ni idea. Me parece una pirueta maravillosa.  Fíjate el itinerario: de ser un fenómeno vergonzante como lo fue en su momento, pasa a ser rescatado a principios del siglo XXI por la cultura bizarra, en aquella famosa exposición que preparó Jordi Costa sobre la cultura basura, en donde Florence Jenkins era una de los personajes protagonistas, al mismo tiempo que era rescatada en el resto del mundo en ambientes subculturales también. Y ahora pasa al mundo del mainstream total, con una película dirigida por Stephen Frears y protagonizada por Meryl Streep. En efecto, puro signo de los tiempos, porque estamos ante esa disolución de los pisos de la casa de Rue del Percebe.
Son tiempos de confusión en todos los conceptos vinculados a la cultura.
Si, por ejemplo, como ocurre con el éxito. Antes eras famoso cuando salías en el telediario como referente del mundo cultural, entonces ya habías alcanzado un status que te ofrecía el vocero oficial. Pero ahora eso ha cambiado con Internet: ¿quién tiene éxito?, ¿quien más trabaja, quien es más gracioso, quien tiene más seguidores? Incluso el valor del hecho cultural se ha desvanecido cuando llega a confundirse con la difusión de un hecho fugaz de manera viral. Por ejemplo, alguien que haga un trabajo meritorio, concienzudo, de calidad, pero no está en redes sociales, pues, claro no le conoce nadie. ¿Triunfa más quien lo pone en Youtube y tiene un millón de visitas?
¿Ha desaparecido el concepto de canon hasta igualarse todas las expresiones culturales?
El cómo se accede a la cultura es la clave de la desaparición de las diferentes estancias de la cultura. El consumo cultural ya se hace a través de las pantallas y comentamente deslocalizado y descontextualizado, desde el metro, desde tu casa o en una barbacoa con unos amigos. De ahí que nuestra generación y las anteriores estemos desorientados. Las generaciones actuales quizás se encuentren más en un estado de flotación, que para ellos no es negativo, porque es su medio natural. Viven en el océano de contenidos que es Internet con comodidad, mientras que para otras personas puede llegar a ser una angustia. No viven estas patologías que sí vivimos quienes nacimos antes de la llegada de la Red.
Acabas el libro con una llamada a la introspección.
Es un consejo personal, en plan abuela total. ¿Cómo concluir un libro como éste, híbrido, que no es académico, en el que desde el principio afirmo que no hay conclusiones porque estamos hablando de un presente estricto? Pues con una opinión personal: “Hay que dejar de trabajar todo el día”, es decir, hay que desconectar; hay que parar, hacer un ejercicio de introspección. En una sociedad en la que todo el mundo cuenta continuamente su vida, vamos a probar lo contrario, la introspección, a ser un poco antisistema. Quizás sea también un tanto contradictorio, cuando por ejemplo estamos manteniendo esta entrevista por Skype, pero así ocurre en tantas ocasiones con la cultura digital.

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