Estas Navidades le preguntamos a diferentes agentes culturales que confesaran cuál sería su regalo ideal. Martí Manen (Barcelona, 1976), de lleno ya en Venecia, se pedía unas deportivas inspiradas en Dalí. Podría haber pedido un libro sesudísimo sobre el artista, o alguna de sus obras. Pero no: eligió zapatillas... Manen es probablemente uno de los comisarios más jóvenes que España ha enviado a la Bienal. También lo son los artistas con los que se codeará en el Pabellón. ¿Cambio de paradigma? ¿Relevo generacional? De ello hablamos mientras desgrana Los sujetos, su propuesta.
No sé si preguntar «cómo está» o «dónde está».
No queda nada. Estamos, vamos bien. A punto de acabar el montaje, lo que me da mucha tranquilidad. Ese era el plan: dejar libre la última semana, para no trabajar antes de inaugurar.
¡Eso va en contra de la milenaria improvisación española!
El problema es que Venecia es muy bestia. Si llegas cansado, la Bienal te come. Mi intención es que lo pasemos bien. No es que sea de los que cambian mucho en el último instante. Además, el montaje del Pabellón no da pie a la improvisación. Y debo decir que lo que entrará en él es producción nueva...
Primera duda: ¿por qué se interesa un comisario joven por un artista como Dalí?
Porque, para mí, es uno de los mejores ejemplos de contemporaneidad. Fue alguien que estuvo fuera de tiempo. Dalí es complejo, contradictorio, pero una máquina de entender qué está pasando o puede pasar. Defendía una imagen de cara a la sociedad, mientras su vida privada también era falsa, alguien con una sexualidad distinta. Y, a la vez, alcanzaba posiciones dentro de una dictadura. Fue un gran escritor... Estamos hablando, pues, de escritura, performatividad, imagen y sexualidad. Esos aspectos nos definen más a nosotros hoy que a un sujeto de aquella época.
Uno no se levanta un día y dice: «Dalí». ¿Qué aproximación había tenido a su figura?
Han sido años analizándola y preguntándome cómo se está tratando. Porque siempre se nos presenta la trilogía Warhol, Koons, Hirst y se obvia a Dalí. Lo estamos borrando. No encaja dentro de ninguna genealogía. Y creo que en la oscuridad se encuentran los elementos que explican el mundo. Hace diez años, Catherine Millet dijo que no hay estudios interesantes sobre Dalí. No estoy seguro de que hayamos mejorado.
El caso es que Dalí, al final, no entra en el Pabellón. ¿Cómo se defenderá de lo que «le acusa»?
Se defiende porque estará el sujeto; no estará la obra, pero pulula por todo el recinto como un fantasma. Estará el Dalí de la televisión norteamericana; el que emplea el NODO como sistema de comunicación, y habrá un Dalí visto por profesionales de la Fundación Dalí (Montse Aguer), la Tate (Vicente Todolí) y el MNCARS (Borja-Villel), un museo que tuvo que plantearse cómo hacer una muestra de masas con voluntad crítica.
¿Y ese mensaje cómo lo captan los artistas españoles seleccionados y qué hacen con él?
Yo planteo Dalí como punto de partida a tres artistas y les dejo claro que no se trata de ilustrarlo. El resultado es un Pabellón «atómico», con tres proyectos independientes más una figura central, que es la puerta de acceso y que marca los tonos. Francesc Ruiz trabaja con los cómics, con los kioskos (arquitecturas de la información). Y el Dalí News es su puerta. Cabello&Carceller, trabajando desde ideas de género e identidad, llegan a Dalí desde Amanda Lear y el hecho de que para que Dalí pudiera entrar en Pubol necesitaba de una invitación de Gala. Eso se traduce en una lectura sobre límites y fronteras, sobre exclusión... Y la de Pepo Salazar es una instalación a base de capas y capas de información. Un tipo de creación total, que, en el fondo, es lo que hacía Dalí, que saltaba constantemente de la alta a la baja cultura.
¿Qué significa Venecia para un comisario joven como usted?
Es Historia. Son 120 años de bienal. Y es un lugar de visibilidad máxima. No sólo porque por aquí pase todo el mundo, sino porque es una exposición que dura seis meses. El Pabellón español está bien situado por un error histórico. Como posibilidad, es un fantástico reto. Pero debes ser consciente de lo que significa Venecia: tú sólo eres un proyecto frente a 88 pabellones oficiales más y la exposición principal del comisario de turno con 130 artistas. Y hay una multitud de «eventos colaterales». Eso obliga a buscar un tema que cautive. Aquí lo tenemos.
En cuanto al contexto español, escribe: «Frente a la opción del desánimo, el propósito de una aproximación sensual para no quedarse en el llanto». ¿Es el suyo un Pabellón optimista?
Sí. Aunque depende de lo que entendamos por optimismo. Es un Pabellón productivo, que no se queda en la crítica interna o en el pensar lo mal que va todo. Pasamos al siguiente nivel. A ello se une que integra a artistas con carreras especiales, es decir, que no son la representatividad absoluta. Pero nos vamos a olvidar de discusiones constantes que no llevan a nada y nos ponemos a trabajar.
Trabajar en el Pabellón no será como hacerlo en la habitación de su casa. ¿O sí? Comenzó criticando así los espacios institucionales y ahora acaba en el más representativo.
El Pabellón es la máxima representatividad del arte español en el exterior. Eso es divertido, porque durante seis meses al año es un edificio en ruinas. No existe. Para mí, activar situaciones, entendiendo el contexto, sin olvidar el punto crítico y desde la negociación, es mi estilo. Por eso no sé si hay tanta diferencia de escala con respecto a lo que fue Sala Hab en mi cuarto.
Me interesa hablar de la declaración de intenciones que ha supuesto presentar (y, con ello, activar) el Pabellón antes de mayo en ámbitos del circuito «off», como Palomar o Salón.
Para mí era fundamental entrar en esos lugares para proclamar que el Pabellón es la máxima representatividad del arte español en el exterior, que no existe si no se valora el contexto de base. Palomar en Barcelona es un fantástico ejemplo de posibilidad. Salón, en Madrid, busca un tipo de empatía que no es la institucional. Ambos crean comunidad. He querido que ese espíritu esté presente y esta ha sido la forma de dar las gracias. Suena hippie, pero se va imponiendo cierto deseo de trabajar en cooperación. También era importante que el proyecto se internacionalizara. E Iaspis, en Estocolmo, ha sido otra parada, como lo será pronto De Appel.
Es posible que sea la primera vez que el comisario español es un treintañero y sus artistas, de media carrera. ¿Se está produciendo ya el cambio generacional en el arte español?
No estaría mal. Pero es que vivimos un cambio general. En algún momento ha habido un cambio de mentalidad. Está bien que este pueda actuar. Más aún cuando los nuevos agentes tienen una gran formación, capacidad crítica y una red de contactos internacionales brutales. Eso puede debilitar las redes tradicionales internas. Manuel Segade es una máquina internacional, por lo que puede ser un peligro porque sabe más [Manen se refiere a las centésimas que han separado a este comisario del cargo del director del CGAC en beneficio de Santiago B. Olmo]: ¿le damos cancha? ¿Se le permite actuar? Eso significaría reconocer que alguien tiene que dar permiso... O no. A mí nadie me debe decir cómo actuar. Por eso hacía cosas en casa. Por eso están aquí Palomar o Salón. Que hay un cambio es evidente. Es algo natural.
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