“Técnica mixta sobre cartón: Hombre maloliente, orín y vino”. Esta es la descripción que figura en el Certificado de Obra que convierte en oficial la adquisición de Germán González por parte de un coleccionista privado de arte.
Germán González, un español de 53 años, lleva desde 2002 viviendo en la calle y el pasado viernes por la noche logró introducirse en el recinto ferial de IFEMA, donde se estaba celebrando la edición 2013 de Arco, la feria de arte contemporáneo. Por la mañana, mientras aún permanecía dormido, un coleccionista ofreció 150.000 euros por él pensando que se trataba de una obra de arte más. Germán, consciente de su nuevo rol como pieza artística, no ha intentado deshacer el entuerto. Muy al contrario, se muestra encantado con la situación.
“Me han dicho que me van a ir llevando a inauguraciones donde se suele comer gratis y hay vino barato. Lo cierto es que llevo pocas horas rodeado de artistas y veo que están más muertos de hambre que yo, aunque diría que huelen peor”, ha declarado Germán, quien ayer mordió a dos críticos de arte que se atrevieron a decir que era “bello”.
“La semana que viene me voy cedido a una exposición temporal a Nueva York, y se ve que me conviene para ir apareciendo en catálogos e ir revalorizándome. Además, me hace ilusión porque es la capital mundial tanto del arte como de la mendicidad. Los mejores mendigos han pasado por Nueva York y eso da mucho currículum”, explica Germán a la prensa.
La crítica, por su parte, también ha erigido a Germán como la pieza más rompedora de Arco. Los expertos coinciden en que ejemplifica como ninguna otra creación “una búsqueda consciente y ardua de todo aquello que es feo y poco artístico pero que sin embargo representa el futuro del 99% de los artistas de esta generación, que acabarán durmiendo en la calle como él, convirtiéndose a la vez en sujeto y objeto artístico”.
El incidente de Germán ha ocurrido solo dos días después de que una mujer de 50 años visitara Arco con la intención de conseguir bolígrafos gratis y un crítico la tomara por una “performer”, elogiando su “capacidad de seducción al poner en entredicho la actividad artística como mercancía”. Ella, sin embargo, respondió a las palabras con bolsazos.
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