Pintor, dibujante, diseñador, fotógrafo, tipógrafo, ilustrador, arquitecto, publicista y muchas otras cosas más. El Lissitzky (Lázar Márkovich Lisitski, 1890-1941) dominó, como pocos artistas, casi todas las ramas de la creatividad, transgrediéndolas todas de forma sistemática. Pieza clave de las vanguardias europeas, fue un gran activista de la propaganda del estalinismo de los años treinta hasta su muerte, un régimen marcado por el gran desarrollismo e industrialización del país a base de planes quinquenales, pero también por las purgas y deportaciones a campos de concentración. La exposición El Lissitzky. La experiencia de la totalidad que reúne a partir de este martes 138 obras de arte, objetos y publicaciones (de 13 instituciones europeas y dos americanas), reivindica en La Pedrera de Barcelona a este multiartista en una época, la primera mitad del siglo XX, de profundos cambios. La exposición que ya se ha visto en el Museo de Arte Moderno de Trento y el Museo Picasso de Málaga, llega a Barcelona con una decena de piezas nuevas que permiten entender mejor a este creador, como el cartel ¡Producid más tanques!,de 1941, en el que se instaba al pueblo a construir más armas para luchar contra la Alemania nazi; su última creación y la última pieza que puede verse en la exposición.
La muestra cierra el círculo iniciado en 1999 con cinco autores clave de la vanguardia rusa como Marc Chagal, Kasimir Malévich, Vasili Kandinsky y Alexander Ródtxenko, que ya se han podido ver en La Pedrera en años anteriores. Con uno de ellos, Malévitk, consideraba que el arte y el trabajo eran inseparables; ya que éste no era una mera expresión personal y una producción de objetos, sino una actividad social y colectiva. Lissitzky creía que la industrialización que estaba viviendo su país llevaba a la creación de un hombre nuevo que rompía con su pasado. “No hay constancia de su vinculación directa con Stalin, ni de que fuera un protegido del régimen. De hecho, cuando él falleció su mujer y su hijo fueron deportados a Siberia”, explica Oliva María Rubio, comisaria de la exposición que repasa 25 años de la trayectoria de este artista perteneciente a una familia judía pudiente. “No sabemos lo que pensaba sobre el régimen”, sostiene Rubio, que lo define como “un superviviente en un mundo durísimo”, que ha remarcado que lo que quedará de él “más allá de su implicación en la propaganda del régimen son sus contribuciones en el mundo del arte”.
La exposición comienza en 1917 cuando El Lissitzky fue invitado por Chagall para impartir clases de arquitectura y grabado en el Instituto de Arte Popular de Vítebsk. Allí se suma a las actividades de apoyo al ejército revolucionario con acciones como la de colocar carteles que creaba con sus alumnos en tranvías y edificios para llamar la atención de los trabajadores. También con las primeras ilustraciones de cuentos populares yiddish —en las que integra texto e imagen— tras involucrarse en el movimiento a favor del resurgimiento de la cultura judía.
En Vítebsk también inventó su propio arte abstracto, que a finales de los años 20 comenzó a llamar Proun (proyectos de afirmación de lo nuevo) del que se exponen varias obras en manos de coleccionistas. “Se conservan pocas de estas obras, muy difícil de prestar", explica Rubio. Un paso más de estas realizaciones tridimensionales del arte son sus Espacios Proun (Prounenraum), donde la pared de la sala deja de ser soporte de las obras para ser parte del discurso. Lo vemos en la reconstrucción del que creó en 1923 para la Gran Exposición de Arte de Berlín, donde las obras parecen flotar en el aire en un universo geométrico. También en las fotografías del Gabinete de los Abstractos destruido en 1937 por los nazis al considerarse el paradigma del llamado “arte degenerado”.
A partir de 1921, año en el que se licenció en Ingeniería Arquitectónica en Alemania, comienza a viajar por media Europa, difundiendo sus ideas y entrando en contacto con artistas como Mies van der Rohe, Le Corbusier o Theo van Doesburg. Pero a juicio de Rubio, Lissitzky fue un “arquitecto frustrado”, ya que ninguno de sus proyectos —como el Estadio Rojo en las colinas Lenin de Moscú, de 1925, o el club para obreros de la comuna de Kostino, de 1927— se puso en práctica por el alto coste que suponían para un país como la URSS. Uno de sus proyectos más famoso es su rascacielos horizontal Wolkensbügel, que planificó en 1925 para uno de los barrios de Moscú, del que se conservan todo tipo de planos, detalles y descripciones, e incluso fotomontajes. Entre los proyectos que sí se materializaron se pueden ver sus pabellones para exposiciones y ferias como la de la Prensa de Colonia, de 1928, la de Peletería de Leipzig y la Higiene de Dresde en 1930.
Creó tipografías como la de la marca Pelikan (trabajos con los que se pagó su estancia en sanatorios para tratarse la tuberculosis que padecía desde 1923), trabajó durante años elaborando carteles y publicaciones de propaganda del régimen de gran audacia en su composición y formato. Durante años dirigió junto con su mujer Sophie Küppers los contenidos de la revista URSS en construcción —fundada por Máximo Gorki— que se tradujo a seis idiomas, incluso el español, y que era el órgano de mayor difusión del régimen en el exterior. En la exposición se pueden ver algunos de estos ejemplares llenos de fotomontajes y collages que lo acercan al cine, casi todos muy osados como el de la impactante portada del número 2-3 de 1940, en la que dos hombres se besan apasionadamente. “El trasfondo es otro”, explica la comisaria: Representa el Tratado de no Agresión entre la Alemania nazi y la URSS de 1939 en el que los dos países se repartían, en secreto, la Europa Central y del Este. No hay mejor imagen del acuerdo que este beso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario