La inauguración de la nueva galería Carreras Múgica ha sido todo un acontecimiento en Bilbao. Se trata de un espacio sobresaliente, un lujo necesario en una ciudad que hace tiempo que reclama agentes capaces de dotar de visibilidad y de un nuevo pulso a la de por sí dinámica escena artística vasca. Instalado en un antiguo garaje y a un tiro de piedra del Museo Guggenheim, el nuevo cubo blanco parece más propio de una capital financiera como Hong Kong o Singapur. La ambición de Juan Herreros a la hora de emprender su proyecto arquitectónico en un contexto urbanístico enormemente carismático ha hecho que esta galería de más de mil metros cuadrados no parezca una exageración. Ignacio Múgica y Pedro Carreras tendrán que poner en marcha una cuidada programación, hacer de la empresa que poseen un espacio vivo si no quieren que todo ese esfuerzo de escala resulte un capricho o que el cubo blanco acabe ahogando al artista. Algo de esto último ocurre en la muestra de Asier Mendizábal (Ordizia, 1973).
Toma de tierra reúne una docena de piezas en diferentes formatos que giran en torno a la iconoclastia civil y al monumento, su sentido en el espacio público y el papel de los ciudadanos congregados en las plazas, motivos que el artista guipuzcoano reduce a una fracturada narrativa plagada de deslizamientos formales. Si Jean Baudrillardhablaba de la masa como una “toma de tierra”, un pararrayos que desvía al suelo todas las energías, aquí la idea de la masa humana se extingue en una pulcritud espacial desapasionada si se la compara con otras obras que su autor ha ido mostrando impecablemente en espacios más domésticos o en contextos más específicos. La obra de Mendizábal es más de gabinete, de lectura resistente, lo contrario a este despliegue de dibujos, documentos, esculturas y pinturas que parecen una sucesión de sueños extraños que ahora contemplamos... larger than life.
Pero apuntemos algunas ideas positivas de esta muestra que tiene una conexión evidente con su obra anterior: la búsqueda de formas de simplificación, que se traducen en trozos de pavimentos, columnas y basamentos que el artista relaciona con las vicisitudes de un pequeño busto de Unamuno colocado en 1984 en la plaza que lleva su nombre en Bilbao, sobre una absurda columna corintia de cuatro metros que actúa a la vez como peana y barrera frente a posibles intentos de derrocamiento. Un sistema modular de planchas de madera colocadas sobre la pared a la manera de pinturas contiene grabados hechos a partir de fotografías de prensa del siglo XIX donde las congregaciones de gente aparecen sólo perfiladas; otros han sido sacados de un catálogo con detalles de la revolución maoísta referidos a una idea bucólica del paisaje oriental. Las planchas se transforman en mesas y las mesas en libros visuales.
Mendizábal no siente la necesidad de ser didáctico, al contrario. Busca un lector voluntarioso que siga las pistas de un trabajo que en realidad es todo un bosque genealógico. El manual de instrucciones se ofrece en un opúsculo que permite descifrarlo sólo en parte, atrapados como estamos en una curiosa tensión entre formalismo excéntrico y conceptualismo de salón. Un híbrido incómodo para un espacio tan desbordante.
Toma de tierra. Asier Mendizábal. Galería Carreras Múgica. Calle de los Heros, 2. Bilbao. Hasta el 20 de noviembre.
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