martes, 2 de octubre de 2018

Miquel Barceló, en su tejar: "La falta de cultura facilita el paso a los monstruos"







¿Con la edad ha sumado angustias a las que traía de serie?
Creo que no. Son las mismas de siempre. Si en esto aprendí algo, no sé dónde está. Aunque confío en manejar bien mis muchas angustias. Ahora me atrevo con cosas que no hubiese hecho a los 20 años. Las crisis personales han sido muy enriquecedoras. Pero no necesito explicármelas ni definirlas. Entender y definir no forman parte del arte, sino de la incertidumbre del ser humano.
Barceló pasa la mano por el lomo de uno de los grandes peces de barro pintado de azul. El tejar es un pabellón de silencio, otro de los lugares originarios de este pintor y escultor, el baúl simbólico de su vida, de su obra, habitado por una zoología donde se mezcla el pulpo y la breva. Trabaja sin tregua. Lee aprovechando las palabras como si fuesen formas. Porque las palabras son formas. Poesía, novela, filosofía: Michaux, James Salter, Simon Leys, Naipaul, Bertrand Russell. 
Algunos de los libros a los que regresa son relecturas de los días hirvientes de su juventud en Barcelona, cuando los sueños eran ciertos e imposible su herida. Los primeros años 80 del siglo pasado. "Aquella ciudad acumulaba una potencia imposible en ninguna otra parte. Antes de la muerte de Franco y más aún después. Era salvaje. Convivían el punk y el underground con los movimientos de liberación de todo Cristo", dice. "Ibas por las Ramblas y te encontrabas con Mariscal, con Jaume Sisa, con Ocaña... Algo espectacular. La policía no daba abasto. Echo de menos aquella Barcelona, mucho más saludable que la de ahora, tan enfermiza". 
La mañana cae finalmente al suelo con una lluvia desquiciada. Es como si el mundo se desmoronase. Barceló se mueve rápido entre la puerta del taller y la tormenta. Es como un forestal que buscase un motivo para entrar de nuevo en el bosque del barro. Por un momento se sienta al borde del pequeño pozo donde caen las piezas condenadas, las que no salieron, las que regresan a la nada cerrada de la peya. "El barro sin cocer se vuelve a reutilizar. Lo devolvemos a su condición de arcilla". Piezas estrelladas, un cadáver de pescado, una cabeza de cabra, trozos de algo, una teja desmoronándose, rodales de agua seca. Miquel Barceló queda dentro de este cementerio con los ojos clavados en lo que se ve. "Este lugar de fracasos podría ser una pieza en sí misma. Mira, mira esto que deseché. Mira cómo es la tierra. Mira qué blanda. Parece pan. Otra vez el pan". En un tejar.

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BLANCA ORAA MOYUA

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