miércoles, 22 de junio de 2016

La identidad del arte contemporáneo en AL

 

Foto: Reuters
Foto: Reuters

A partir de finales de la década de 1960 pareciera constatarse que el mundo es una tierra huérfana. Irreversible debacle. Nos dimos cuenta de que éramos demasiados los que heredaríamos países y sociedades en ruinas. Época de quiebre moral. Comenzó un falso sentido de pertenencia a un lugar, espacio o nación de la que no había manera de sentirse orgulloso.  Aquello que pervive a manera de emociones o lecciones fijas, casi inconscientes con el desánimo, el narcisismo, el cinismo, la negación, la soledad. No hay comunidad, retomando el término desarrollado por Maurice Blanchot en su libro La comunidad inconfesable, no hay el formar-parte-de. Se quebró la posibilidad de una raíz válida y de reconstrucción del tejido social, político y urbano.
Entonces surgen dos cuestiones importantes para quienes se deciden en hacer arte en América Latina. ¿Qué nuevas ficciones encontrarán?. ¿Los temas son y  serán los de siempre?, los del arte a secas, la infancia, el amor, el desamor, la muerte, el erotismo, la violencia, el otro, la soledad, la injusticia, lo cotidiano, la ficción misma.
Al liberarse del compromiso ideológico, la materia de todo trabajo visual estrictamente poderoso será lo humano, a secas. El hacedor entonces deberá ser auténtico al “mentir”, al construir mediante el saqueo de la “realidad”, aquella que es interior; fantasmagórica, alegórica, erótica; para dar forma a una irrealidad huérfana que habrá de trascender por la inclemencia con su mundo.
La segunda pregunta sería, ¿Para quién hacen arte?, ¿Para quién dará sentido lo que producen?. Con espectadores o sin ellos, debemos concluir que el trabajo de los artistas latinoamericanos en la última década  radica más en una necesidad personal como ejercicio de vida o experimento -que pone en entredicho la propia condición humana como dice Giorgio Agamben-  que en la conciencia de hacer arte para una comunidad que parece ser inexistente. Ahí está su orfandad y su ambiciosa fertilidad. Su única comunidad posible, son los que aún no están y que se formarán en torno a la obra en su presente inmediato en la experiencia estética y su futuro incierto marcado por la posibilidad de trascendencia en un mundo saturado de objetos culturales ya fetichizado por las masas, por citar a Baudrillard .
A partir de las vanguardias nos enfrentamos a  una pérdida de las etiquetas para definir a los creadores visuales. Sólo existe la perspectiva personal, desunida, libre y en soledad, que va desde la creación de un lugar múltiple- retomando a Foucault- y desafiante que es permitida por la versatilidad de soportes que pueden ser utilizados, hasta la ambición de ser obra maestra.
Suponiendo estos enunciados podemos decir que muchos artistas se cobijan en este tipo de certezas y se resguardan en la experimentación explícita, plana y superficial, cayendo en una especie de reciclaje mecánico de subgéneros “posmodernos”. Pues sí, hay desencanto en nuestra época y claro cinismo, pero  desde la misma puesta en acción (Deleuze) de los hacedores, sean cuales sean los fines buscados, hay un esclarecimiento del autor que acabará por ser un esclarecimiento del mundo, por parafrasear a Gabriel Zaid.
¿Recetas estéticas de la posmodernidad?. Fragmentismo, pastiche, metadiscurso  que hoy en día pueden resultar sospechosos y ya no auténticos como sucedió en las primeras vanguardias; en especial al ser hijos de la sociedad de consumo, hijos del internet, del zapping y de MTV. Poniéndonos  Borgianos -o ser posmoderno es una fatalidad y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser posmoderno es una mera afectación, una máscara-. Ser fragmentario se convierte en característica de la cultura, en un tic que repetimos naturalmente. Al vivir en un momento de excesiva narración visual donde comercialmente se ha perdido el espíritu aventurero en pro de una prostitución del lenguaje artístico en manos del poder y las masas, nos enfrentamos a aquellos que han sido fieles a la naturaleza del lenguaje artístico, de aquel lenguaje abstraído en el embeleso de su propia contemplación.
Los resultados más auténticos en el arte contemporáneo latinoamericano han de surgir de una carencia sentida por el artista que nace a partir de su relación conflictiva con la realidad.  Se convierte en una forma de acciónal menos en registro y/o crítica de esa realidad, mientras no se convierta en mera denuncia maniquea o cliché repetitivo; sino que sea capaz de alcanzar su fuerza en el rigor y el riesgo, en la asimilación y el asesinato de las convenciones, en la tradición y la reelaboración simbólica de las pulsiones y dudas del espíritu de la época.
A partir de las vanguardias de entreguerras y en las décadas de 1950 y 1960, en esa conciencia vulnerada por la deshumanización social y política; las dos grandes guerras, el Holocausto, las dictaduras, las ideologías traicionadas por los totalitarismos, la banalidad e inequidad del libre mercado de las sociedades “democráticas”, surge una intuición artística, solitaria. El hacedor latinoamericano vive en el mundo, su producto es un hecho y no sólo un comentario que se le añade al hecho.
Entonces, el arte contemporáneo se convierte en  este proceso intuitivo de introspección que es llevado al límite de las posibilidades expresivas para propiciar en el espectador una confrontación con  su juicio estético y ético, con su pensamiento y postura ante el mundo.
Las formas artísticas serán, claro, implícitamente autobiográficas, intimistas, metadiscursivas y detectivescas (el artista como vouyerista del mundo). La imagen que se justifica por sí sola y se alimenta megalómanamente de sí misma.  Vemos así que entre la egolatría, la confesión autobiográfica, la exposición de filias y fobias, la obra  puede darle una personalidad a su autor y con el tiempo quizás entrar a los muros del museo, las ferias y bienales internacionales, las grandes colecciones y después a las subastas. Pues como dijo el escritor mexicano Jorge Cuesta;
El artista puede hacer lo que quiera. Pero para ser producto de consumo debe ser susceptible de entrar al sistema para ser distribuido.
En esta forma de creación fragmentaria e individualista,  hay una múltiple densidad psicológica que deriva en la confianza de satisfacer nuestro deseo racional de conocimiento sobre la identidad casi con valor metafísico. Es la existencia de identidades fragmentadas, de microhistorias en conflicto, en crisis. Las cuales, a pesar de su inestabilidad, pueden ser analizados racionalmente. El arte contemporáneo latinoamericano se reivindica como forma de conocimiento de la identidad humana en contraparte con aquellos experimentos minimalistas que poco o nada informan de nuestra condición, o se convierten en mero entretenimiento servil. El hacedor desconfía del afuera y trabaja en el entre. Su fuente, la introspección como médula. Desde una óptica externa, casi no pasa nada, pero el arte se convierte en versiones varias de un paradigma ante la épica supuestamente nimia de su aventura pensante.
Es el artista como héroe de sí mismo en una época de individualidad extrema, en la que lo único que queda es crear sobre la circunstancia mínima e inalienable de cada autor. Son héroes atípicos con una definición estética que se desliza a lo vital en sentido Nieztcheano, de experiencia donde se intuye realidad y valores verdaderos.
…Y se dividió el mundo en grandes y complejos núcleos: aquellos que temían al Señor, aquellos que temían a Satán, aquellos que temían a la Muerte, los que temían a la Vida, los que sentían pavor de los ladrones, de la Soledad, de las bestias hambrientas; aquellos que temían la Esclavitud, la Obesidad, las sequías, la monstruosa Opulencia; y los que se temían a sí mismos.
Equinoccio de Francisco de Tario

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