Cada cierto tiempo surge un «palabro» dentro de este pequeño corral que llamamos «el mundo del arte». Entonces nos empleamos a fondo, como si no hubiera un mañana, y caemos en sus redes. Hace unos años fue el término «táctico»; más recientemente, el concepto de «ensayo» invadió todos los proyectos expositivos que se preciaran (recordemos la bienal de Shanghái, por ejemplo). Estos términos sirven para justificar y, a veces, para aproximarnos a nuevas cuestiones, nuevos modos de pensar, y, en otras, son meros guiños a las modas imperantes.
Siendo así, «descolonizar» es el término del momento; es el nuevo «ahora», siguiendo el hilo argumental que plantea la actual edición de la Bienal de Marrakech. Vemos cómo surgen proyectos sobre «la descolonización de la Historia» o la «descolonización de los archivos». Son la respuesta a las teorías de lo poscolonial, la acción directa frente al olvido de las historias marginadas y reducidas a los imaginarios de unas pocas mentes. Y, dicho esto, es también –y muy acertadamente– uno de los conceptos que fluyen entre los vectores que conforman el sistema desarrollado para esta cita.
En sólo seis ediciones
Ciertamente, es este uno de los eventos más relevantes de África, que se ha consolidado en apenas seis ediciones. Una bienal que recorre la herencia del colonialismo en África y el mundo árabe, así como la región que los anglosajones llaman MENA, que incluye al Magreb y a Oriente Próximo. Las migraciones, las fronteras, el exilio, la Historia se van sucediendo en las narrativas desplegadas en los diversos palacios y edificios históricos que sirven de escenario para esta muestra de muestras. Una bienal en la que el discurso conceptual se alterna eficazmente con el placer de lo sensorial, y que nos lleva a recordar que, efecti- vamente, estamos en Marrakech.
Seis edificaciones históricas acogen la obra de cuarenta y seis artistas, con predominio de los procedentes del ámbito islámico y de África. Proyectos como los de Manthia Diawara, Otholith Group o Superflexsirven para trazar y deconstruir la herencia colonial. La bienal se despliega en los palacios El Bahia y El Badii, el museo Dar Si Saïd, el pabellón de La Menara, las cisternas de la Koutoubia y Dar El Bacha. La potencia del lenguaje arquitectónico de las sedes –evidentemente muy alejadas de la retórica del cubo blanco, pero también de la semiótica de la nave industrial– confluye en un difícil equilibrio entre el arte expuesto y el peso histórico del contexto.
Se trata de una confrontación difícilmente resoluble, pero que se incorpora al recorrido como substrato de la experiencia con mayor o menor éxito, dependiendo del caso específico. En el mejor de los ejemplos, llega a momentos sublimes con las ruinas del palacio El Badii como escenografía singular de las obras de El Anatsui o Jumana Manna.
Marruecos moderno
Otro de los ejes en torno a los que orbita la bienal es el análisis histórico del origen de la modernidad en Marruecos. Para este objetivo, las comisarias Reem Fadda e Ilaria Conti han invitado a varios equipos de investigadores a presentar proyectos sobre la Escuela de Bellas Artes de Casablanca y sobre el intelectual, escritor y cineasta marroquí Ahmed Bouanani. Descubrir a los antiguos profesores Mohammed Melehi, Farid Belkahia y Mohammed Bachaâ ha sido una lección de Historia, y cómo permanecen ignorados desde los museos de Europa es una de esas incógnitas difíciles de descifrar. Omar Berrada es el comisario, también dentro del palacio El Bahia, de una muestra colectiva dedicada a Ahmed Bouanani, en la que se incorpora parte de su biblioteca y donde se suman intervenciones de artistas como Yto Barrada o Sara Ouhaddou. La integración de autores de la escena local de la ciudad es a veces problemática, y quizás una de las cuestiones irresueltas de esta bienal.
También en el palacio El Bahia, la sede con mayor densidad de artistas, expone Dineo Seshee Bopape, cuyas instalaciones rinden tributo a la lucha contra el apartheid en Suráfrica a través de una sucesión de habitaciones palaciegas pobladas por sus esculturas.
La performance tiene también un lugar preeminente en la bienal, desde las conferencias de Juan Asís Palao en la biblioteca de Bouanani, pasando por la integración entre documento, instalación y narración de la propuesta «Queridísima Victoria», de Rayyane Tabet, o el trabajo electrónico de Tarek Atoui titulado «Geografías conjuradas».
Pero si queremos contemplar la imagen completa no nos quedará otra que asistir a la clausura y poder ver, esta vez sí, el filme inédito de Adrián Villar Rojas. Habrá que volver.
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