Buscar confluencias entre dos silencios, el que cultivan los cartujos, característico de su modo de vida, y el que ciertos autores contemporáneos establecen como definitorio de la obra de arte. Esta es la intención de esta muestra que por ello bascula de modo casi natural en el filme de Philip Gröning (del que la exposición toma el título) cuyas acompasadas imágenes dan cuenta de la vida en la Cartuja de Isère, monasterio fundacional de la orden. La obra de Gröning se prolonga en las de Susan Philipsz que evocan los días de Chopin en la Cartuja de Valldemossa: un preludio compuesto allí por el músico polaco prologa la muestra (en el antiguo huerto del prior); más adelante, la voz de la artista canta More Than This(Bryan Ferry) en una sala del todo vacía.
Este silencio, ya contemporáneo, lo introduce la exposición con un filme donde John Cage comenta su célebre 4’33” que David Tudor ejecuta. Pero pronto el silencio se hace pura interpelación: ocurre en la sala que vibra con la voz de Susan Philipsz y más aún en otra donde sólo un performer realiza sin cesar una propuesta de Tino Sehgal. El ciclo lo completan fotos de Hiroshi Sugimoto que, como las salas vacías, solicitan la incorporación del espectador antes que su mirada.
Otras obras contemporáneas suavizan esta tensión abriendo vías a una contemplación aunque inusual. Susan Hiller, al trasladar a ondas asequibles a la vista aquellas que (como los rayos cósmicos) no lo son, trabaja en paralelo con la obra de Tacita Dean que, entre la memoria y la visión, recoge los restos, dispersos en el campo, de aquellos espejos de sonido con que los británicos intentaban detectar la llegada de bombarderos alemanes.
Pero el silencio en el arte contemporáneo es más radical. Cuando la exclusión social es insuperable, los gobiernos toman decisiones que dañan la vida de millones de personas (sea la invasión de Irak o la restricción de libertades en Rusia) o la violencia se hace cotidiana, al arte sólo le queda callar. Así lo señalan la gran instalación (El evangelio según S. Mateo y Jaulas) de Pepe Espalíu, la video-instalación, The Excluded, del colectivo ruso Chto Delat o los modestos muebles macizados con cemento de Doris Salcedo.
Dicen que los primeros eremitas prefirieron el desierto a una Roma degradada. Quizá Bruno de Colonia buscó el retiro y el silencio por razones análogas. No sé si este silencio es comparable al del arte contemporáneo pero las obras que un día estuvieron en el monasterio invitan a pensar similitudes y diferencias. De ahí, que el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, al cumplir veinticinco años, simultanee los trabajos reseñados con un San Bruno de Martínez Montañés, esculturas de las virtudes cardinales del mismo autor y Juan de Mesa, un cuadro del joven Velázquez (la cabeza de un apóstol con ecos de El aguador de Sevilla), un estudiado Alonso Cano y obras de Zurbarán, Valdés Leal y Lucas Valdés. Reunidas en una sala, remiten, antes que a los usos del museo, a las ideas que pudieran motivar el retiro cartujo.
El gran silencio. Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Sevilla. Hasta el 7 de febrero.
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