La obra que Danh Vō (Bà Ria, Vietnam, 1975) propone en el Palacio de Cristal del parque de El Retiro (Madrid) es una apología de la memoria y la ruina. Unos 600 fragmentos fosilizados de mamut; una decapitación; un torso griego de mármol de hace dos mil años de Apolo seccionado por la mitad dentro de un caja de leche condensada; una Madona policromada del gótico temprano francés; un Cristo de marfil del siglo XVII; la fotografía del primer paseo espacial estadounidense tomada en 1965 por la NASA durante la misión Gemini 4. Casi todos estos objetos cuelgan de cables de acero sobre la antigua estructura del siglo XIX del palacio. "Es un viaje por el tiempo y el espacio", concede Danh Vō.
El artista arma un enorme puzle con esos objetos. A veces parece un alquimista; otras, un coleccionista obsesivo. Porque la principal cualidad de su trabajo es la capacidad para generar historias. Sobre colonialismo, religión, sexualidad. Cada pieza posee un eco interior que al rebotar genera un relato en su vecina. Es un trabajo fascinante y hermético que exige recurrir a la memoria.
Es el 30 de abril de 1975 en Saigón. La ciudad ha caído. Queda en manos del Vietcong, la guerrilla comunista de Vietnam del Norte. Finaliza una guerra que dura treinta años y ha provocado millones de muertos. La familia de Danh Vō, procedente de Vietnam del Sur, termina confinada en la isla de Phú Quốc, al sur del país, con otras 20.000 almas. Su padre, Phung Vō, toma una decisión desesperada. Construye una embarcación con la que lanzarse al océano con otras cien personas. Quiere alcanzar los Estados Unidos. En el mar, a medio camino de ninguna parte, cuando el paquebote zozobra, un carguero danés milagrosamente los recoge y enfila Dinamarca. Danh Vō tiene cuatro años y acaba de sortear una muerte segura. Más tarde adoptará la ciudadanía del país nórdico. Una biografía así marca su vida y su trabajo. Aunque él se defiende: "¿Puede mencionar a un solo artista que cuya propuesta no tenga un punto de partida personal? Lo que sucede es que algunas historias son más visibles que otras".
Para entender la suya fíjense en la copia, sobre una de las cristaleras, de una carta fechada en 1861 que un misionero católico galo, San Jean Théophane Vénard, escribe a su padre desde Tonkin (Vietnam), en la celda donde está preso, días antes ser decapitado por proselitismo. El texto, en tinta azul, está bellamente caligrafiado en francés por Phung Vō, quien no habla ninguna lengua occidental. Para él es un dibujo abstracto. Ajeno a la historia que cuenta.
"Un ligero corte del sable separará la cabeza de mi cuerpo" —relata Jean Théophane Vénard— "como la flor de primavera que el Maestro del jardín recoge para su placer. Todos somos flores plantadas en esta Tierra, que Dios cosecha cuando llega el tiempo propicio: algunos más pronto, otros más tarde… Yo, mísera polilla, me marcho primero. Adiós". Danh Vō ha transformado la lírica misiva en una edición (02.02.1861, 2009) sin límite que se puede adquirir por 300 euros y a través del correo. "Es una forma de interrogarse por el significado de la obra múltiple en el arte. Porque es un artista que, como Picasso, no busca: encuentra", sostiene Joaô Fernandes, subdirector del Museo Reina Sofía y comisario de la exposición. Ese adiós a la vida es, argumenta Vō, su obra "más significativa".
Pero en el Palacio de Cristal impacta ver 600 fragmentos fosilizados de mamut (que ha comprado a pescadores holandeses) suspendidos en el aire entre un Cristo, un sátiro y una Madona de hace cientos de años. Todo es una provocación que mezcla tiempo, materia y religión. El Cristo es de marfil. Otro tipo de hueso. Ahora de un mamut moderno. A la vez, los restos del animal mantienen una presencia escultórica. "Todo objeto que toca Danh, desde el más banal al más complejo, adquiere un nuevo significado y una nueva belleza", apunta Chantal Crousel, su galerista parisina.
A Madrid el artista ha llegado acompañado de su padre. Durante el montaje ha escrito en el suelo del palacio, con una bella caligrafía gótica y a lápiz, algunos versos de la canción Afraid que interpretó en los años setenta la cantante alemana Nico. Los trazos desaparecerán a medida que la gente camine sobre ellos. Una de esas frases da nombre a la muestra: Banish the faceless/Reward your grace. Porque Destierra a los sin rostro/Premia tu gracia es un camino con muchas direcciones.
Y en esos predios hay roturas, desmembramientos, maridajes a contrapelo, uniones. La obra de Danh Vō gira sobre sí misma y hace extrañas paradas. En Lick Me, Lick Me (el título, Chúpame, chúpame, procede de la película de 1973 El exorcista, que relata la historia de una niña católica poseída por el demonio) secciona por la mitad un torso de mármol griego del siglo II de Apolo y lo encaja en un embalaje de madera que lleva el logo de Carnation Milk. La parte blanca y lisa, cercenada con láser, mira al espectador. Recuerda la textura también blanca y pastosa de la marca de leche condensada estadounidense, que a principios del siglo pasado vendió su producto en todo el mundo. Fácil verlo como una denuncia del colonialismo comercial.
Poco a poco, la famosa película de terror de William Friedkin se ha convertido en una referencia constante para Danh Vō. Lo cuenta otra de sus obras. Dimmy, why you do this to me (en el filme, la pregunta la lanza el demonio al cura que intenta exorcizar a la niña) es una Madona del Gótico francés temprano en roble policromado junto a un torso romano de mármol de un sátiro de hace 2.000 años que, uno al lado del otro, lucen inquietantemente enfrentados. "Creo", apunta el artista, "que si de algo habla mi trabajo es de las contradicciones. Porque eso es la vida".
Quizá esa sea también la gran virtud de un artista que tiene un éxito crítico, museístico y comercial único en su generación. Ha representado a Dinamarca en la última Bienal de Venecia, mostrado su obra en algunas de las instituciones más prestigiosas del mundo y trabaja con Marian Goodman, la marchante más poderosa del planeta arte. Y sus piezas alcanzan en subasta los 400.000 euros. Es cierto que sufre algunos sustos. El coleccionista holandés Bert Kreuk le ha demando por no entregarle, según sostiene, una pieza (valorada en 350.000 dólares) a la que se había comprometido. La Justicia, en principio, ha fallado a favor de Kreuk. Frente a este tema, Danh sonríe en el Palacio de Cristal: "Es parte del precio que tengo que pagar por el éxito. Alguna gente interfiere. Son personas más interesadas en el aspecto del mercado de mi trabajo que en otra cosa".
Es un reto ser joven, 39 años, soportar la presión de las casas de subasta, las galerías, las ferias, los coleccionistas y salir indemne. "En todos los proyectos tiene que haber riesgo. Nada malo hay en fracasar. Es donde de verdad aprendes. Ojalá lo hiciera más", sentencia Danh Vō. Lo va a tener difícil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario