sábado, 18 de julio de 2015

El arte según Dieter Roth




“Miedo. Miedo de no saber transmitir emociones en un espacio tan grande y peculiar”. Esa fue la primera sensación de Björn Roth (Islandia, 1961), hijo de Dieter Roth (Hannover, 1930-1998), uno de los artistas más influyentes de la segunda mitad del siglo XX, cuando Vicente Todolí le invitó a abrir su programación en el espacio HangarBicocca de Milán, con la más amplia exposición nunca dedicada a la obra creada por padre e hijo. “Se titula Islands [Islas], pero se trata más bien de un archipiélago, un caos perfectamente ordenado de obras que no están hechas para espacios institucionales”, asegura Todolí, rodeado por más de un centenar de piezas gigantescas, incluida una nueva versión del Economy bar,una obra de ensamblaje y reciclaje de objetos recuperados de la vida diaria en el más puro estilo Roth, que funciona como un verdadero bar.
No es la única hazaña de una muestra, llena de detalles, que oscila entre lo macro y lo microscópico en la recreación del universo, solo en apariencia caótico, de un artista que utilizó todos los materiales, con un especial interés por los orgánicos y su degeneración. “Las obras deberían cambiar, envejecer y morir como los hombres”, afirmaba Roth. Para la muestra, Björn y su equipo han utilizado cuatro toneladas de chocolate de primera calidad (que en parte se podrán comer) para reproducir in situdos torres de más de cinco metros, formadas por pequeños bustos de Dieter. Son obras que hacen referencia a la mítica experiencia del Museo del Moho, que funcionó en Hamburgo entre 1992 y 2004, cuando las autoridades lo cerraron por evidentes motivos, ya que los principales materiales de las obras eran chocolate, azúcar y especias, mientras que el moho intervenía después de forma autónoma.El recorrido plasma la trayectoria de un investigador insaciable, que se midió con todas las disciplinas y convirtió su vida en un proceso creativo continuo, en el cual integró primero a su hijo Björn, cuando tenía 16 años, y luego a sus nietos Oddur y Einar. Ellos son la última generación de una dinastía que parece ajena a las problemáticas que a menudo aquejan los hijos de personajes famosos con personalidades arrolladoras. “Yo no pedí a mis hijos subirse a este tren, ellos lo decidieron. Yo ni siquiera sé dónde va este tren, pero los únicos problemas que tuve trabajando con mi padre fueron de espalda”, bromea el artista, aludiendo a una práctica que supo conciliar lo conceptual con lo manual y artesanal. “Es como aquellas sagas nórdicas de artistas, en este caso encabezada por un nómada, que tuvo numerosos estudios en Alemania, Islandia y Suiza”, añade Todolí, que se ha dado el gusto de colocar en vertical los inmensos suelos de dos de estos estudios, junto con la alfombra que aún conserva las marcas de los cochecitos de Björn cuando era niño, convirtiéndolos en lienzos abstractos. También se ha reconstruido el último taller de Roth en Basilea, donde murió en 1998. “Los estudios eran nuestra casa y nuestro lugar de trabajo, una especie de laboratorio, fábrica de ensamblaje y refugio donde ocultarnos de los intrusos”, explica Björn.
Tras la inauguración el comisario volverá a Alicante para atender su segunda ocupación, la recogida de las olivas con las que destila el aceiteTot Oli, algo que seguramente le habría gustado a Dieter Roth. El artista, gran amante de la bebida y las mujeres, pasó largas temporadas en Cadaqués con Richard Hamilton y su mujer, Rita Donagh. Fue ella quien le regaló la postal que dio lugar a The Picadilly Project, serie que, según Todolí, marca un antes y un después en la obra gráfica del siglo XX, así como los 52 grabados que realizó con las placas de cobre desechadas por otros creadores. En 1982, a otra mujer, la galerista Rosanna Chiessi, le dedicó una serie de imágenes que resultan ser la documentación fotográfica de sus excrementos diarios, colocados en preciosos platos de porcelana. Otro ejemplo de su voluntad de rebasar el límite impuesto por los circuitos artísticos oficiales, algo que según la tradición medieval ha transmitido a su hijo y nietos, junto a sus técnicas y conocimientos.En esta sección se encuentran también los enanos de jardín encerrados en jaulas de chocolate que dejan a la vista solo la punta de los gorros. “Mi padre los asociaba con la guerra, cuando los enanos de jardín se erigían como un vestigio de normalidad en medio de las peores atrocidades. Es la obra más triste de la muestra junto con Solo scenes, 131 monitores que como un diario en tiempo real retransmiten escenas de su último año de vida”, indica Björn. En homenaje al mítico Garden Sculpture, el artista ha creado una gran instalación —que el público puede recorrer a tres metros de altura— donde viejos instrumentos fantasmales tocan melodías imposibles cada media hora.

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BLANCA ORAA MOYUA

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