lunes, 22 de junio de 2015

Louise Bourgeois, la mujer animal en el Museo Picasso-Málaga






No se nos muestra así en las fotografías, pero yo imagino a Louise Bourgeois con los brazos delgadísimos, largos para alcanzarlo todo, con esa fuerza sutil al borde de quebrarse y resistiendo sin embargo. Marcaron la obra de Bourgeois –curiosa y reflexiva, ambiciosa y artesana– esos contrastes: los materiales potentes con los que simbolizar la intemperie y, al revés, la fragilidad que merece cuidado y que merece –por lo que cuenta– temor.
Bourgeois fue pionera en la revisión del arte político desde el feminismo, y en la decisión orgullosa de trabajar desde el lugar de la mujer, con el pasado de la mujer a cuestas, sin olvidar los tiempos que esperaban. Yo imagino a Louise Bourgeois con los brazos delgados y largos y robustos y cansados, con los brazos como vulnerables patas de araña; yo imagino a Louise Bourgeois como la araña sobre la que trabajó.
La araña en el idioma de Bourgeois se llama madre, y la araña teje y desteje en nuestro imaginario, y arma la historia –la historia de todos– con su doble movimiento: su labor nos protege, pero también nos caza y nos destruye. El gesto de la araña equivale al gesto de la creación –siempre el origen–, al de la labor minuciosa y atenta –siempre la mirada–, y Louise Bourgeois cede al animal todo el poder, toda la palabra: lo cede a un animal pleno de carga femenina. Nada de inocencia y nada de ingenuidad en sus decisiones: Bourgeois buscaba el recoveco, la palabra amplia para la imagen suya.
Aunque la araña de Bourgeois surge al final de su carrera, resume –icónica, simbólica– todo cuanto le obsesionó: siempre quienes nos habitaron antes, siempre el origen y además el recuerdo, siempre la voz radicalmente femenina. Entre el hombre y la mujer que es la araña, entre el padre y la madre que es la araña, ocurriendo así en su arte y en su vida –la profesión de los padres, el conflicto con él y la intimidad con ella–, Bourgeois establece una grieta, fija un espacio blanco, vacío y que distancia, y que nos recuerda al espacio mismo –por ejemplo– de sus Celdas.

Círculo de dolor

Las decisiones creativas de Louise Bourgeois rebosan conciencia y memoria. Bourgeois crea como hija, como esposa y como madre, desde ese lugar impuesto aunque asumido, y se plantea en cada una de sus piezas qué rol se le impone y qué papel cumple. Las marcas de la educación, inevitables, Louise Bourgeois las acata en un principio, más tarde las subvierte: su obra nos habla sobre ser lo que tenemos que ser, pero de otra manera.
No se entiende el trabajo de Louise Bourgeois sin su poderosísima carga autobiográfica, sin las experiencias ni las circunstancias que la acompañaron, pero tampoco se entiende sin su compromiso: sin su voluntad de producir un discurso y provocar la reflexión en el espectador, sin esa voluntad más concreta de mostrar el cuerpo como espacio prioritario para la política. El cuerpo cuya forma se aleja del canon, el cuerpo que propone otra belleza, el cuerpo que molesta y que incomoda... En esos márgenes crece la obra de Louise Bourgeois.
Bourgeois se empeñó en afrontar la tensión entre lo que no se evita y lo que se escoge: se aleja de la confesión y de la catarsis, y reutiliza el material sensible propio para transformarlo en proceso común. Si lo personal es político, defenderían las feministas en un tiempo en el que Louise Bourgeois luchaba desde décadas antes, nuestro cuerpo es el primer elemento –el más evidente y visible, casi el único propio– que aportamos a la guerra. ¿Con qué armas? Bourgeois trabajó con el cuerpo, y aquí el cuerpo suena a motor y a inspiración, y al mismo tiempo se emplea como herramienta: explica su salto inicial de la pintura a la escultura, explica sus incursiones en la performance y en la intervención, lo explica la necesidad de trabajar con la materia, esa cualidad física que empapa su obra sobre papel y sobre tela.
La obra de Louise Bourgeois existe y se impone, se palpa, precisa de nuestra reacción. La trufan naturalezas como cuerpos, cuerpos que se deforman, rostros en los que la forma humana se desdibuja y la identidad se diluye, vendajes no sabemos si para sanar la herida o para esconderla: la intención la decidimos nosotros. «Soy el centro / De un círculo de dolor / Que excede sus límites en todas direcciones», escribió Mina Loy, otra mujer libre. Desde ese lugar, el del núcleo terrible, creó Louise Bourgeois.

Bourgeois y Picasso, un amor imposible

1 comentario:

  1. Qué mujer tan impresionante. Afortunadamente se le reconoció su excepcionalidad durante su larga vida. Absolutamente admirable.

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BLANCA ORAA MOYUA

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