Martí Manen, (Barcelona, 1976) es el comisario del Pabellón de España en la Bienal de Venecia 2015. Su proyecto, titulado Los sujetos, replantea la figura de Dalí como invención de imagen pública a través de nuevas producciones de Cabello / Carceller, Francesc Ruiz y Pepo Salazar . Hablamos con él sobre todo el proceso de producción y el “después qué?” de la aventura de la Biennale.
La comisión encargada te solicita un proyecto para Venecia, ¿dónde está el punto de partida? ¿Era un proyecto que ya estabas pensando?
No tenía nada preparado previamente para algo tan peculiar como el pabellón en Venecia. Llevaba mucho tiempo dándole vueltas a Dalí y me pareció el mejor lugar para trabajarlo como quería. Era consciente de que sería algo problemático y hasta podría entenderse como polémico, pero Venecia tiene seguramente esta parte ya en sí misma. Es el pabellón, pero también es España, y no puedes obviar una situación de crisis. También es una Europa en duda, un contexto internacional para el arte, un pasado histórico de la Biennale y un pasado próximo del pabellón. Próximo en Venecia son 15 años.
Una vez que Dalí se convierte en punto de partida, ¿por qué estos artistas? ¿Cuál es su nexo común?
Me interesan por su trabajo y por el tipo de diálogo asincrónico que se puede producir con Dalí. Hay seguramente artistas que están mucho más en su estela, pero quería plantear un tema alrededor de posibles genealogías bastardas, pensar conexiones aunque no sean las aparentes. No me interesa la tranquilidad. No hay un nexo evidente entre las tres propuestas artísticas y también es algo que buscaba: la idea no era hacer un pabellón homogéneo sino mostrar paradojas y diferencias, mostrar complejidad y potencia desde distintos ángulos. Así que tenemos a Dalí como un marcador inicial de tono, apostando por la sensualidad de lo complejo y lo oscuro, por la construcción social de su imagen -que sirve para generar un contexto de libertad privada- y después tres proyectos que posibilitan una lectura contemporánea de ese primer sujeto precisamente por cómo son. Dalí se lee en clave contemporánea y Cabello/Carceller, Francesc Ruiz y Pepo Salazar se leen en presente y en relación a un posible pasado a resituar. Puede gustarte o no, pero el tono general del pabellón es distinto del de muchos donde domina un conservadurismo importante.
Para mí el título tiene mucho de statement. Dice mucho de Dalí como máquina de diferencia, de multiplicidad, aún contradictoria y deleznable políticamente. ¿Qué significa para ti?
Para mí es una posibilidad de mucho (para empezar es un plural), pero también es algo focalizado. Los sujetos son los que performan la historia, son los que la definen aunque después desaparezcan por la distancia "objetiva" en su narración. Los sujetos son también los personajes que se mueven en una trama y que están cargados psicológicamente. Es algo seguramente estúpido, pero me fascinan algunos tipos de construcción de personaje y su presentación en la narrativa norteamericana de la postmodernidad hasta la actualidad. Algo de esto también hay, la idea de construcción, la idea de ser algo a ser observado, asumiendo la parte fría que implica, y algo así como una relación de poder marcada por la investigación científica. Un sujeto es también un tema. Y sí, Dalí me interesa como sujeto, como algo inestable a ser observado. Un sujeto puede ser deleznable y tú puedes seguir igual: una persona deleznable es otra historia. Me interesa que para ti sea máquina de diferencia. Es importante, ya que es algo que me apasiona en Dalí y también en Cabello/Carceller, Francesc Ruiz y Pepo Salazar: todos tienen algo así como un pie fuera de todo, algo que resulta ser molesto para otros.
Los tiempos de producción han sido ajustados. ¿Cómo es trabajar en Venecia? ¿Cuál es la forma de gestión y funcionamiento del Pabellón?
Con los artistas decidimos desde el primer momento que disfrutaríamos del proceso y que no caeríamos en la queja constante. Trabajar en Venecia es una aventura y tienes que tener paciencia ya que los tiempos son otros. Una ciudad que pide que cualquier transporte se haga en barco, con puentes bajos y subidas y bajadas de agua a tener en cuenta, con una humedad que obliga a pensar muy bien los materiales a utilizar, con un pabellón que cuando está cerrado no existe…
La forma de gestión ha ido cambiando ligeramente durante las ediciones pero en nuestro caso la estructura ha sido la siguiente: el pabellón se lleva desde AECID. Allí hay una persona responsable de producción y que pasa una parte del año en Venecia (con lo que tiene el know-how contextual); una persona llevando la parte administrativa y de producción desde Madrid; una persona en posición de becaria de apoyo a estas tareas, en Madrid, y una persona dirigiendo el proyecto y defendiéndolo institucionalmente. Este es el núcleo de trabajo, al que se suma mi papel como comisario y que necesariamente tiene que ser muy activo. Después hay un acuerdo con AC/E, que participa económicamente del proyecto y encarga la publicación del catálogo a una editorial, Turner en este caso. O sea, un equipo central pequeño en el que todo el mundo trabaja mucho y evidentemente termina destrozado. Tienes que cuidar mucho la parte emocional y entender la sobrecarga constante. Súmale la simpática animadversión contextual y este deseo de repartir estopa por parte de muchos. No digo que el pabellón no sea criticable pero sí que creo que es alucinante que salga adelante y que sea algo más que digno. De hecho, el montaje lo llevamos muy bien y al final estábamos suficientemente tranquilos. La noche antes de inaugurar el personal del pabellón alemán la pasó entera trabajando, Rusia no llegó, la gran pieza de Carsten Höller para los Giardini tampoco llegó... no es fácil que las cosas salgan cuando hay muchos cables sueltos que no están en tus manos. Venecia es una ciudad de negociantes que saben que les necesitas, con lo que siempre ganan.
La transparencia de realizar varias presentaciones previas es sorprendente: por una parte el pabellón siempre ha jugado al secreto o al misterio. Por otra parte, decidirse a plantear que las presentaciones sean en espacios independientes revela una sensibilidad con respecto al tejido del que sus propuestas surgen, y hacia la implicación de otros sectores no legitimados por las altas esferas del arte contemporáneo español.
Para mí era muy importante vincular el contexto y generar algunos momentos previos que también formaran parte del pabellón. Gracias a Francesc Ruiz pudo ocurrir su previa en El Palomar y después seguimos con Salón. Madrid y Barcelona desde sus lugares más independientes. Y también en Venecia la gente de El Palomar formó parte de la performance de Francesc en los Giardini. Es verdad que había una idea de ejercicio de transparencia y de compartir desde la diferencia. Aquellos que estuvieron en estos momentos previos tenían mucha información en relación a cómo estábamos trabajando, cómo funcionaba el presupuesto, qué temas estábamos tocando... mucho del desconocimiento que veo en algunas personas de la crítica más tradicional no está en otras personas que tienen menos voz pública o que se acercaron a esos momentos previos que forman parte del proyecto.
Además, pensaba que el tiempo de trabajo intenso necesitaba también algunos momentos de presentación intermedia para poder evaluar cómo estábamos y cómo se podía recibir la propuesta. Y aquí hubo un clash importante: una parte del sector lo entendió muy bien y participó de ello; otra no quiso ver lo que estaba pasando. Y lo que estaba pasando era que el código estaba encima de la mesa, que la transparencia era total y que además éramos voluntariamente vulnerables, algo muy alejado de las posiciones de fuerza enrocada habituales. Está en relación con algo nuclear en el pabellón como es un tipo de acercamiento a los contenidos desde una óptica feminista y paralela a las teorías alrededor del género. Llevo un tiempo insistiendo en el acercamiento interseccional. También en el display en el pabellón está: la idea de archivo es otra, el cómo trabajar con los recorridos históricos es diferente, la presencia de las voces es también distinta.
El espacio central ha sido polémico: es el que convierte a Dalí en espejo deformante y el que anuda la lectura curatorial del pabellón. A mí me ha gustado personalmente que no fuese una tesis ni narrativa ni documental, sino un display coral, en cierto modo vernacular. Eso es un riesgo, como mezclar un rojo y un rosa, que difícilmente pegan.
Imagina esa sala de blanco y con el suelo gris: es una exposición de archivo y con el rigor que pide el archivo en su aproximación. No, la voluntad es otra, la voluntad es que exista un tipo de acercamiento desde una sensualidad que implica un contacto emocional. Rosa y rojo no funcionan juntos… bueno, pues rosa y rojo. Así vemos lo que tenemos asumido y lo que tenemos autoimpuesto también a un nivel estético. Y todo es muy transparente, casi es un montaje de tipo conceptual. Hay mezclas de tiempos pasados y miradas desde el presente, aparece el Dalí de las televisiones americanas y el Dalí del NODO, aparece la mirada crítica desde posiciones institucionales y también una mirada cercana desde estas mismas posiciones. Y en la parte central el cuestionamiento por parte de una escritora feminista durante una semana en Nueva York con Dalí. Además de una serie de objetos/documentos que a mí particularmente me interesan, como son el Dalí News, la tarjeta de invitación de Gala para que Dalí puediera entrar en el castillo de Púbol o no, una imagen histórica de Dalí con Amanda Lear, así como la declaración de la independencia de la imaginación que Dalí escribe después de varios problemas en Nueva York. Tampoco es que esté muy lleno de material, simplemente son algunas pistas para ir siguiendo la variabilidad del sujeto.
Francesc Ruiz realiza una pieza muy fuerte, algo que no me puedo imaginar sin un debate sobre la censura en una institución pública española. Por otro lado, es la pieza más contextual, que arremete de frente contra la corrupción en Italia.
Francesc Ruiz logra entrar desde la historia tangencial a analizar una situación contextual y global al mismo tiempo: la relación de la economía con los media, la relación de esta combinación con la definición de la identidad. Y desde una capa subjetiva en la que se permite manipular los contenidos. Es política, pero es una política avanzada. Es historia pero es una historia perdida. Es Internet pero es pre-internet. Y era importante que desarrollara una performance durante la primera semana ocupando todos los Giardini. Estábamos fuera del territorio y realmente ha funcionado muy bien.
Cabello y Carceller formalizan el más clásico de los proyectos, en el sentido de filmación in situ y el display de los dispositivos que utilizan para realizarlo. Su performance diferida contamina de queer todo el pabellón como institución.
Cabello/Carceller hacen de algún modo un manifiesto. Meten todo lo que quieren decir en su pieza y aquí está la necesidad para la indefinición en la identidad, aquí está una persona de color colándose de noche en el pabellón (pensemos en términos de representación: ¿cuánta gente de color hay en el arte español? ¿qué imaginario estamos construyendo? y lo mismo podemos decir del parlamento, que es básicamente mono-racial). Están las fronteras, está la relación entre la política y la fiesta, entre la identidad y la lucha, están varias posiciones al margen de lo normativo y está el propio pabellón y su historia como contexto representacional.
Pepo Salazar consigue resumir su producción. Creo que es audaz en su capacidad para juntar toda su producción última en un sentido de máquina de representación que niega la propia posibilidad de representar nada.
Pepo Salazar hace un trabajo condensado de capas y capas de material e información. Sin necesidad de buscar una narrativa pero trabajando de un modo casi lingüístico. Y de nuevo una política avanzada y fuera de lo que tradicionalmente conocemos como político. Va de consumo, de tipología de contenido, de mezclar referencias y momentos sin problema; va de generar una situación a no comprender sino a notar, lo que es extremadamente valiente. Que cada artista esté en el lugar que está tiene una explicación conceptual, emocional y de percepción de la exposición. La contaminación queer que comentas de Cabello/Carceller hacia todo el pabellón tiene que aparecer en un segundo momento y ser algo así como un boomerang, y por lo tanto, se lanza desde atrás. La dificultad de acceso en Pepo Salazar tiene que ser evidente en un primer momento, la disgregación voluntaria de Francesc Ruiz y el tiempo que pide la brutalidad de información en su trabajo pide de un estado intermedio...
Curiosamente, la primera crítica previa a su realización, fue que había sido seleccionado por ser el menos político de los proyectos presentados. ¿Qué significa un pabellón queer como representación nacional? O, dicho de otro modo, ¿qué es lo queer aquí?
Hay un cambio -o una posibilidad de cambio- en lo político. Y lo queer es clave. También el feminismo. Se trata de elementos que siempre han quedado fuera de la política tradicional ya que en esta hay cosas más importantes que las personas y las personas situadas fuera del marco. Así que se ningunea desde posiciones supuestamente políticas aquello que tenga otro vocabulario político que no sea el de siempre. Lo queer, respondiendo a tu pregunta, está tanto en un tipo de mirada a la historia como en un planteamiento de cómo definir y seleccionar. Está en una serie de temas que aparecen y más en un mood general del pabellón. Está en el entender la performatividad como una decisión política, en el asumir la complejidad como punto de partida y negociación, está en el no permitirse ideas preconcebidas y en no aceptar modos de funcionamiento típicos como "lo normal". Evidentemente, abrir el código antes que el pabellón en sí viene también en el mismo pack, y el dar respuesta a toda persona que pregunte es parte de esta actitud.
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