Desnudo, en una pose clásica que recuerda a Olympia de Manet, El mercader de Venecia actual es africano, posee una gran carga irónica y muchas ganas de provocar. Cubre el rostro con una máscara tras la cual se esconde un músico senegalés, que por "una libra de carne" ha aceptado ser el protagonista del retrato del artista Kiluanji Kia Henda (Angola, 1979). La adaptación del drama de William Shakespeare interpreta la situación de los africanos sin papeles que se ganan la vida vendiendo bolsos falsos y escondiéndose todo el día de los carabinieri. Al experimentar el shock de ser africano en Venecia, Kia Henda ha cambiado su percepción humana y artística. La obra jamás habría sido concebida si el artista no hubiese podido comparar su realidad con la de los emigrantes en la ciudad lacustre.
El joven Kia Henda y otros siete nuevos talentos africanos han vivido gratis en una residencia para artistas entre 2008 y 2011, por un periodo de tres meses cada uno. Han tenido la posibilidad de interactuar con artistas locales y visitar sin costo alguno todas las muestras en programa. En total, 150 obras que comprenden escultura, pintura, moda, fotografía de gran nivel y fuerza expresiva. La nigeriana Victoria Samuel Undodian (Lagos, 1982) ha propuesto Second Hand Museumn, trajes y accesorios inspirados en el Renacimiento veneciano, creados con los vestidos de segunda mano que recupera una organización de beneficiencia.
La sudafricana Tamlyn Young (Johannesburgo, 1978) ha propuesto un libro interactivo con imágenes y narraciones de hombres y mujeres lejos de casa. El proyecto Fronteras del arte ha naufragado. En tiempos de crisis, su principal gestor, La Fundación Venecia 2000 no tiene los recursos para garantizar el futuro de la iniciativa. Por eso, el pasado día 15, la mesa redonda Fronteras de arte. Residencias para artistas internacionales en Venecia reunió a los principales directores de museos de arte contemporáneo en la laguna: Martin Bethenod, administrador delegado del Palacio Grassi y Punta de la Aduana; Germano Celant, director de la Fundación Prada en Venecia; Philip Rylands, director de la Peggy Guggenheim Collection; Angela Vettese, presidenta de la Fundación Bevilacqua La Masa, y Marino Folin, presidente de la Fundación Venecia 2000, sede del encuentro.
La Bienal de Arte de Venecia ha convertido la vieja urbe en la capital del arte contemporáneo. Cada dos años se repite el mismo guión: cuando en junio arranca, crecen como hongos muestras de arte contemporáneo en museos, fundaciones y organizaciones privadas. Una buena ocasión para pillar nuevos clientes, o bien, el auge de "las sedes parásito que viven a costa del trabajo de la Bienal", según el director de la Fundación Peggy Gugghenhiem, Philip Rylands. Y en cuanto soplan los primeros vientos invernales, en noviembre, la Bienal concluye; mientras, "los parásitos" cierran la billetería hasta que se mueva de nuevo la máquina de la Bienal.
Rynlands tiene muy claro que para garantizar la superviviencia de Venecia y evitar que se convierta en una vitrina, es necesario tender la mano a los nuevos creadores. Y para ello, propone transformar los pabellones extranjeros de la Bienal en residencias para artistas. Lo anterior, según Rylands, podría funcionar durante los largos meses de invierno y en primavera, cuando no se ve ni un alma en los jardines. "La Fundación Guggenheim es propietaria desde 1976 del Pabellón de los Estados Unidos, en los Jardines de la Bienal. Quisiéramos organizar actividades expositivas cuando la Bienal está cerrada y así llevar un poco de vida a la zona. Pero no es posible porque estaríamos solos en una especie de desierto. Siempre he pensado que cuando la Bienal cierra, los pabellones pueden ser transformados en estudios-residencia, creando una especie de comunidad artística en los Jardines, como sucedía en el barrio Dorsoduro, en la Venecia de los cinquenta y sesenta de Peggy Guggenheim. A pocos metros de distancia vivían artistas como Santomaso, Vedova, Bacci, Moradis, Tancredi, Favai y podría continuar", opina Rylands.
Las palabras de Rylands han puesto el dedo en la llaga, pues para nadie es un secreto que Venecia corre el riesgo de convertirse en el escaparate que expone las obras concebidas en otras partes de mundo, muchas de las cuales son propiedad de ricos mecenas, como la recién abierta Fundación Prada, en el Gran Canal; el Palacio Grassi y la Punta de la Aduana, ambos propiedad de François Pinault, dueño de la casa de subastas Christie’s, y Gucci. De la misma opinión es Marino Folin, "la ciudad debe convertirse en una casa para los artistas que vengan a trabajar con la Venecia real, no la idealizada y llena de estereotipos".
Sentado al lado opuesto de Rylands, el francés Martin Bethenod no cree en las moradas que, a su juicio, resuelven temporalmente los problemas creativos de los escogidos. "En Francia existen 116 programas de vivienda para artistas, pero es un modelo en crisis, caracterizado por un enfoque muy académico, poco práctico. No sirve de nada tomar un artista, meterlo en un determinado contexto para que produzca algo mágico". En la misma línea se ha expresado el reconocido comisario Germano Celant. "Pensadas como un gran gallinero donde se lanzan los pollitos, no funcionan. Deben ser un espacio donde puedan tener contacto con artistas locales".
A lo mejor será necesario enfocar la mirada hacia Costa Rica, Honduras, Colombia, México y Brasil. En los países lationamericanos funcionan como semilleros de arte las posadas para jóvenes locales y extranjeros, patrocinados por la Fundación DOEN, de Holanda. La directora del programa, Gertrude Flentge, ha expuesto la experiencia de Cali (Colombia), sede del lugar sin dudas. "Hace algunos años en la calle donde se encuentra, corrías el riesgo de morir asesinado. Hoy es un lugar donde los artistas se reúnen, discuten, producen".
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