Un happening orgiástico, que inicia hoy en Viena el artista Hermann Nitsch, ha despertado las iras de las asociaciones protectoras de animales, de la Iglesia católica y de grupos políticos conservadores. Nitsch, un artista que viene utilizando sangre en sus acciones desde hace más de tres décadas, piensa sacrificar tres toros y otros animales para la que considera la obra cumbre de su carrera.
Protectores de animales, obispos católicos y la ultraderecha protestan contra el artista austriaco Hermann Nitsch, quien se dispone a realizar, desde hoy y hasta el 9 de agosto, la obra culminante de su vida, con sacrificio de animales, rituales de sangre y símbolos religiosos. Nitsch polariza. Tanto por sus pinturas como por sus instalaciones y acciones, goza de gran reconocimiento de la crítica de arte, y ahora que la discusión está fuera de los argumentos estéticos y se ha transformado en una polémica sobre la libertad del arte, recibe absoluto apoyo de artistas, intelectuales, galeristas y políticos liberales de su país. Artistas como Arnulf Rainer y Markus Lüpertz, y gente como Peter Noever, director del Museo de Artes Aplicadas de Viena, o el director de la Bienal de Venecia, Harald Szemann, se han solidarizado con el artista.
Amenazas de muerte
Por el otro lado recibe cartas anónimas con amenazas de muerte, los vegetarianos militantes le acusan de torturar animales, el cardenal austriaco Christoph Schönborn le reprocha injuriar a la religión y los ultraderechistas del partido de Jörg Haider afirman que "Nitsch ha sobrepasado los límites de la libertad del arte". Incluso Brigitte Bardot, extrema defensora de los derechos de los animales, ha protestado y pide al jefe de Gobierno de Austria que prohíba la "orgía del Calígula austriaco".Para esta semana se preparan nueve manifestaciones de protesta. Ningún efecto hace que Nitsch aclare que los tres toros que se matan en su Teatro de seis días de orgías y misterios están de todas formas destinados al matadero y que nunca tuvo intención de insultar a la Iglesia, la cual, sin embargo, "se comporta como si fuera todavía la religión de Estado, sin tener en cuenta que hay gente con otra sensibilidad".
El efecto de las protestas es, para Nitsch, ambivalente. Aunque le irrita la agresividad y la intolerancia que se reflejan en los ataques, su obra, por el otro lado, le confirma que su arte todavía tiene sentido. Inició su trayectoria como uno de los artistas clave del accionismo, el movimiento austriaco de la cultura provocador del happening, hace más de tres décadas, y a sus 60 años de edad es el único que se ha mantenido hasta hoy en la misma línea. Con su Teatro de orgías y misterios realizará por fin una idea que persigue desde su juventud, y que ha de ser "un trabajo válido para siglos o milenios, como la Pasión según San Mateo o la tragedia griega".
A diferencia de las actuaciones espontáneas e irrepetibles que caracterizan el happening, esta obra de Nitsch podría perpetuarse en una partitura del artista para coordinar las actuaciones, los ruidos, la música, los objetos y los olores. Como en un ritual dionisiaco, en el que está prevista la embriaguez a fuerza de vino de la región, y momentos de calma con música de Schubert a la luz de las estrellas, el público deberá zambullirse en un ambiente de éxtasis durante seis jornadas en el castillo del artista en Prinzendorf, localidad rural a pocos kilómetros al este de Viena. "Éste es mi Bayreuth", dice Nitsch, remitiéndose a Wagner, su músico predilecto.
El autodenominado "fenomenólogo de la religión", que, sin adherirse a ningún dogma, se interesa por los cultos y su significado, basa sus reflexiones en la lectura de Nietzsche, Freud, Jung y Marx, y mezcla la simbología de rituales arcaicos, como cuerpos crucificados y sacrificios de animales, integrando sensaciones de repulsión con la intención de "conmover a la gente con intensidad y sacarla del limbo". Para él, que creció bajo los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y luego vivió cómo Austria escondía su responsabilidad sobre el holocausto, lo esencial es observar los instintos reprimidos para mirar la realidad de frente, al contrario de lo ocurrido en el régimen nazi, donde "los ignorantes interpretaron mal la filosofía de Nietzsche y dieron rienda suelta a sus instintos, sin haber tomado conciencia de ellos".
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