Santiago Sierra contrata en una ‘performance’ a 30 desempleados para que escriban, ocho horas al día durante nueve días, una frase: “El trabajo es la dictadura”
Treinta personas rescatadas del desempleo para participar en una performance singular. Nueve días escribiendo ocho horas al día en un libro en blanco la frase "El trabajo es la dictadura", a razón de 480 frases por cuaderno y cuatro cuadernos por jornada, un total de 1.920 veces la misma sentencia a modo de mantra y con un objetivo principal: denunciar el desastre social al que hemos llegado y la situación actual de precariedad laboral. Los mil ejemplares manuscritos de este modo, pagados a los amanuenses a precio de salario mínimo, son idea del artista madrileño Santiago Sierra y constituyen el próximo volumen de la serie LiberArs, la colección de libros de artista de pequeño formato de la editorial Ivorypress. “El trabajo es la dictadura, el trabajo es la dictadura…”, escriben una y otra vez los elegidos entre las listas del Servicio Público de Empleo (el antiguo INEM), los treinta afortunados para ser explotados...
En realidad, el hecho artístico de este performance reside en las historias reales de la gente que hasta el próximo 30 de enero a las ocho de la noche trabajarán a destajo en el espacio de Ivorypress en Madrid. Personas con nombre y apellido, algunos que no habían trabajado jamás, como Borja Uzendo, de 20 años, otros que acumulan meses de desempleo y toda una vida luchando, como Alicia López, de 51 años, dueña de una edad que, dice, “hoy es como una condena”.
El público en cierto modo también forma parte de la intervención: en horario de 10.00 a 14.00, y de 16.30 a 20.00, uno puede pasar por allí y hablar con ellos. Entre montañas de libros aún vacíos, impresos sólo con hileras dobles de líneas azules, como los cuadernos de ortografía escolares, está Isabel Méndez, de 34 años, licenciada en filología inglesa y poseedora de un humor envidiable dadas las miserias de esta vida. Isabel ha trabajado de profesora y hecho suplencias en diversos colegios de Madrid, además de pasar largas temporadas en paro.
Al principio no les explicaron en que consistía en trabajo, sólo sabían que la categoría reclamada era de “auxiliar administrativo”. Ahora que lo sabe y lleva dos días escribiendo sin parar, cuando cada vez es mayor el dolor en el brazo, en el codo y la rozadura del dedo meñique, se toma la idea de Sierra como un “experimento” que tiene sentido: “Es un buen reflejo de la situación social actual; por necesidad uno aguanta carros y carretas, no queda más remedio, y si esto sirve para denunciar esta situación, pues que bien”. Asegura Isabel que se va “a dejar el codo” en el proyecto de Sierra, pero que al menos con los 425 euros que obtendrá (el contrato que han firmado todos tiene como base el salario mínimo) le da para pagar el alquiler mensual del cuarto en que está viviendo. “Por suerte estoy sola y no tengo hijos ni hipotecas”.
La mesa en que escribe Isabel se anima. Hoy en día trabajar en condiciones precarias es un privilegio, aunque paradójicamente sea una dictadura, reflexiona alguien. “Y cuanto más nivel tengas más difícil puede ser encontrar trabajo”, agrega Alicia, que llevaba tres meses en blanco y sin cobrar el paro. Su último contrato fue de formación, remunerado pero que no le computó para cobrar el subsidio de desempleo. “¿Que cómo he subsistido? Pues arañando de lo que había ahorrado antes de perder el último empleo. Yo ya veía que las cosas se estaban poniendo mal”.
Dice que ha cuidado niños, ha repartido prensa y ha hecho “de todo”. Tiene una hija que ha emigrado y trabaja en Alemania y otra que vive con ella en Madrid y es enfermera, “y que por suerte está trabajando”. Esta indignada con lo que está ocurriendo en España. “Hay que protestar, todos tenemos que hacer algo, no podemos quedarnos de brazos cruzados”. Si uno se fija, Alicia escribe más deprisa que el resto y es porque le han dicho que si termina antes de los nueve días los 34 libros que le tocan, puede marcharse. Resulta que el año pasado decidió matricularse en Lengua y Literatura española en la UNED. “Ya que está uno sin trabajo, por lo menos hacer lo que te gusta”. El día 31 de enero, dice, tiene “examen del Siglo de Oro”. “Cervantes, Quevedo, Calderón, La vida es sueño y los sueños son como esto que estamos haciendo”, bromea, y ríen todos sus compañeros en la mesa.
El libro de Santiago Sierra se pondrá a la venta al precio de 24 euros, que según la editorial “es el precio de coste del proceso completo de producción del libro, sin ninguna cantidad añadida”. La selección de los treinta desempleados ha sido absolutamente aleatoria, pero aunque ninguna de sus historias reales aparecerá en el volumen El trabajo es una dictadura, también forman parte de la obra. Y si Alicia estudia por las noches a Quevedo, Antonio Sanz, el director de Ivorypress, cuenta que uno de los escribanos, llegado desde Barcelona, le regaló un libro de poemas que acaba de publicar. “Su título es Hachís”.
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