Mattin is no stranger to the KFJC airwaves. In our library you’ll find a ton of his work, under his own name, with the projects Billy Bao, Regler, Josetxo Grieta, and Consumer Electronics, and in collaboration with many artists… even Junko! This CD is the fourth volume of his Songbook series of improvised works recorded in 2006 in Tokyo. It lists six tracks, though my CD player reads only one long 22 minute track that contains the entire performance. Mattin is on vocals and guitar and is joined by a full band: another guitar, bass, piano, and – from over in the toilet – saxophone and Tomoya Izumi’s screaming. Dissonant guitar violence, driving rhythms propelled not by drums but by bass thump, piano keys stumbling around and clashing with guitar strings.
It all surrounds Mattin’s distorted, disturbed vocals that he claims are inspired by Lou Reed, but I hear more Damo Suzuki, Alan Vega, or someone more deranged. His performance is at once a parody of and a tribute to the underground rock show: the avant garde artist defying conventions with raucous noise and screamed lyrics, his back to the audience (or is he just a talentless asshole?) and the adventurous audience members engaged and rapt (or are they just pretentious snobs?). Mattin begs his audience for forgiveness (“I wanted to please apologize for my lack of talent”) or confronts them directly (“your expectations are the worst nightmare any human being could have”). It’s all pretty uncomfortable, and you can hear the tension in the stunned applause from the four or five people that showed up to the gig. Strange, vicious, and hilarious. WHY DO WE LET HIM DO THIS?
FCC at ~6:00 “this is another fucking lie”
Reviewed by lexi glass on March 13, 2018 at 7:56 pm
EN IMAGES - L'Amérique accueille enfin l'artiste français dans ses deux espaces de la Dia : dans sa fondation à Beacon, à une heure et demie de New York, l'autre à Chelsea, dans le sud de la ville.
Même si sa consécration aux États-Unis n'intervient que de manière posthume, c'est à deux femmes d'exception, Jessica Morgan et Béatrice Gross, que François Morellet la doit. Après l'avoir mis au purgatoire depuis sa participation à l'exposition du MoMA en 1965, «The Responsive Eye», l'Amérique l'accueille enfin comme un roi des lignes et des lumières dans ses deux espaces de la Dia: dans sa fondation à Beacon, à une heure et demie de New York, l'autre à Chelsea, dans le sud de la ville. C'est un signe fort: elle lui a offert toute sa façade (grâce au financement de la galerie Kamel Mennour) en refaisant à l'identique le mur qui annonçait en 1971 l'ouverture du Centre Pompidou. Spectaculaire, ce damier rouge sur fond bleu, qui fait penser au plan quadrillé de Manhattan, a de quoi faire vaciller les têtes, par son jeu de lignes faussement perpendiculaires.
Francis Bacon y Lucien Freud fueron uña y carne en el Londres de la posguerra. «Nos llegamos a ver virtualmente todos los días durante un cuarto de siglo», llegó a confesar Freud, recordando las frecuentes incursiones de la extraña y temperamental pareja en los bares del Soho más bohemio. Los amigos inseparables acabaron convirtiéndose por azares de la vida en intratables rivales, aunque de momento vamos a explorar lo que les unía...
Francis Bacon era 13 años mayor, pintaba ensimismado ante el lienzo o inspirándose en fotografías, y buscaba el calor de los hombres, preferiblemente dominantes. Freud era mujeriego por naturaleza y su obra no se entendería sin su peculiar relación con sus modelos. Les separaba media generación, pero la historia acabó asociándoles con la Escuela de Londres y con la vuelta a la pintura figurativa, pasada por el tamiz del aislamiento y la crudeza, eso que el poeta W. H. Auden llegó a llamar «la arcilla humana».
All too human da título ahora a la exposición en la Tate Gallery que explora el vínculo artístico de Bacon y Freud en el contexto más amplio de ese magma que acabó fraguando en el Londres sombrío de la posguerra, y que tuvo sus raíces en la obra anterior de Walter Richard Sickert, David Bomberg, Stanley Pencer o William Coldstream (y su prolongación también en Michael Andrews, Frank Auerbach o R. B. Kitaj).
Por encima de todos, ellos emergerían los dos monstruos, que reviven su tardía rivalidad en dos salas contiguas de la Tate Gallery. Allí convergen los retratos y los desnudos de Freud («quiero que la pintura sea carne») con los escorzos manieristas de Bacon, incluido el Estudio para una retrato de Lucien Freud firmado en 1964, y exhibido por primera vez en casi medio siglo.
Descamisado, recostado, afeado, con el gesto de ira perpertua (como si mordiera), Freud es retratado en un rincón y bajo una bombilla por Bacon, que cinco años después firmaría el famoso y energético triple retrato de su amigo (el mismo que alcanzó los 142 millones de dólares en la subasta de Christie's en Nueva York).
Freud también retrató a Bacon en 1952, en una obra alabada en tiempos por los críticos por su capacidad para captar el temperamento explosivo tras la intensa mirada de Bacon. El cuadro fue robado en 1988 y no se ha vuelto a saber de él, como si un extraño sortilegio empañara desde en esos momentos la relación entre ambos.
Mientras duró la amistad, y pese a las diferencias artísticas, la mutua admiración fue la moneda de cambio. En los años postreros, Freud usó la palabra ghastly (espantosas) para referirse a las últimas obras de su viejo amigo, que le devolvió generosamente los calificativos.
A tiempo para la exposición en la Tate Gallery, la raíz de la repentina rivalidad ha quedado aparentemente al descubierto. Barry Joule, amigo tardío de Bacon y vecino de su estudio en South Kensington, sostiene que «los celos artísticos» de Freud provocaron el enfrentamiento. Y el detonante fue un cuadro, Dos figuras,pintado por Bacon en 1953 y comprado por Freud al crítico David Sylvester por el módico precio de 80 libras.
Freud colgó el cuadro, inspirado en la foto de una pelea de lucha libre entre dos hombres, en su propio dormitorio. «No dejo de mirarlo y mejora con el tiempo, es realmente extraordinario», llegó a reconocer tiempo después. Hasta tal punto se «apropió» Freud del cuadro de Bacon que no quiso cedérselo nunca a su amigo, ni siquiera para la retrospectiva de la Tate en 1985.
Tres años después, Freud llamó por teléfono al estudio de Bacon para invitarle a una exposición suya. «Fue una conversación rápida y cortante», recuerda Barry Joule en The Observer. «Con la cara roja, Francis colgó el teléfono tan fuerte que temblaron las paredes. Y siguió bebiendo whisky mientras empezaba a blasfemar y a usar un lenguaje inapropiado en él: '¡Nunca me ha prestado las Dos figuras y ahora viene con éstas!».
Pero la historia de su temprana amistad y su mutua atracción artítica no se puede borrar. Sebastian Smee, autor de El arte de la rivalidad, compara la relación entre Bacon y Freud con el pulso que libraron Picasso y Matisse o Pollock y De Kooning, solo que en este caso el vínculo era sin duda más personal. «Su trabajo me impresionaba, pero su personalidad me afecta aún más», llegó a reconocer Freud cuando le preguntaron por Bacon.
«En un período de su vida, Freud estuvo tan unido a Bacon que fue testigo de la apasionada y tempetuosa relación que mantuvo con George Dyer», recuerda la galerista española Pilar Ordovás, que estos días dedica también su propio espacio en Saville Row a la peculiar relación de los dos pintores dentro del contexto de la Escuela de Londres (London Painters).
«Cuando Bacon y Dyer necesitaban un respiro el uno del otro, Freud se llevaba a Dyer a visitar a su amiga Jane, Lady Willoughby de Eresby, en su finca de Escocia», recuerda Ordovás. «Fue durante una de estas visitas cuando Freud comenzó a pintar el retrato íntimo del amante de Bacon».
Hombre con camisa azul (1965) es uno de los dos retratos que Lucien Freud llegó a realizar de George Dyer, exhibido en la galería Ordovás junto a los Tres estudios de George Dyer que el propio Bacon llegó a realizar un año después. «Se puede decir que Dyer cayó literalmente en la vida de Bacon, cambiando para siempre el curso de la vida del artista», recuerda Pilar Ordovás, especialista en la obra del pintor de origen irlandés. «Su relación estaba llena de extremos, y la completa gama de pasiones emocionales y psicológicas bullen y brillan a través de la rica textura de la superficie de este tríptico».