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lunes, 30 de octubre de 2017
SPECIAL PROJECT: DANIEL BUREN & UGO RONDINONE
sábado, 28 de octubre de 2017
Maria Lassnig Prize 2017
Cathy Wilkes receives major grant and solo exhibition at MoMA PS1 October 22, 2017–March 11, 2018 MoMA PS1 22-25 Jackson Ave. Long Island City, New York 11101 United States |
viernes, 27 de octubre de 2017
Mi único espacio de libertad
Con frecuencia me preguntan y me pregunto: ¿cuál es el papel del arte y del artista en este siglo XXI?
Una cuestión que me sorprende porque parece implicar que tiene un estatuto (categoría) particular (especial) frente a la de otros profesionales, y una cuestión también a la que no puedo responder más que a nivel personal. Cuando hago “arte” no soy consciente de “jugar” un papel específico, lo hago como persona, no como artista, entre otras cosas porque la mayoría de las veces no me identifico con el discurso artístico en boga. Me refiero a ciertos discursos logomaniáquicos sobre el valor del arte, su función profética, casi mesiánica, generadora de sentido y significación, los percibo como si quisieran convertir el arte en una religión (al final va a resultar que el opio del pueblo es el arte y no la religión como nos habían contado).
El arte, en mi opinión, es simplemente uno de los aspectos de la creación, que es multiforme, y su ejercicio significa libertad. Personalmente creo que es mi único espacio de libertad posible, el único límite es mi capacidad o incapacidad, y la única dueña de todo ello soy yo misma, lo que le aproxima al pensamiento anarquista.
Ambos dos (arte y anarquismo) tienen un punto en común, el de ser un compromiso personal libremente establecido y que, libremente también, decido practicar. En realidad pienso el arte como una práctica de la libertad, primero individual y luego, sin duda, social.
No caso con discursos logomaniacos sobre el valor del arte, su función profética. Los percibo como si quisieran convertir el arte en una religión
Entendido como tal, creo que el arte (como otras actividades) puede servir en todos los periodos de la historia, porque es algo fuera del tiempo, diría incluso que es atemporal, la creación está anclada en la naturaleza humana, existirá, pienso, tanto como dure nuestra especie tal y como hoy la conocemos.
La práctica del arte, para mí, es una vía de conocimiento, un intento de comprender el mundo, es reflexionar sobre la idea que cada cual tiene de sí mismo como ser pensante capaz de tomar las decisiones sin delegar esta capacidad en otro, sea cual sea ese otro: un rey/reina, un dios/a, un partido, un/a leader, una crítica/o o una artista genial.
Me gusta esta manera de pensar anarcocreativa porque no tiene una meta oficial. No hay paraíso ni artificial, ni real, ni proletario al final del camino. En realidad, no existe el camino, ya lo dijo el poeta: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Un andar nutrido de un individualismo positivo, creativo, que lo opone a la conducta subordinada.
Siguiendo a Stirner, creo que el ser es único, diferente, y es precisamente esta unicidad la condición necesaria que permite la unión libre con el otro. Sin la independencia del único, no hay libertad porque no hay separación. Me gusta imaginar el trabajo artístico como la expresión de esta unicidad. En la conducta creativa no hay subordinación, pero puede haber insubordinación.
Supongo que el hecho de dar testimonio de esta unicidad (frente a la cada día mayor masificación) puede ser interesante e incluso útil. Útil en primer lugar para el mismo artista y luego quizás también para los otros.
Quizás el hecho de testimonio de individualidad es algo que puede justificar la inutilidad del artista.
Quizás el artista debiera ser un gran perturbador más, un perturbador profesional, aquel por el cual el desorden llega. Sin duda, Wallace Stivens tiene razón cuando escribe: “Un orden violento es un desorden y un gran desorden es un orden. Estas dos cosas son una sola”.
Pero esto no implica para mí que la/el artista tenga una función a, x o z (no es una funcionaria/o). A la cuestión que pudiera plantearme si, cuando se realizan obras que tratan una problemática político-social, su objetivo es cumplir una función, en mi caso, honesta y conscientemente, tengo que contestar “no” (dejando el inconsciente aparte, claro). Simplemente creo que responden a una necesidad de reaccionar frente a una situación que me afecta y que no puedo ni quiero dejar de lado. La cuestión, en estos casos, es encontrar una buena idea que vehicule eficazmente esta inquietud, cosa que desgraciadamente no me ocurre siempre, pero cuando ocurre, justamente, puede ser la ocasión de encuentro con el otro cuyo camino se cruza con el tuyo.
Una vez dicho todo esto, en realidad creo que no somos libres en absoluto y que no podemos soñar con serlo, o quizás es lo único que podemos hacer, soñar.
Mis obras simplemente creo que responden a una necesidad de reaccionar frente a una situación que me afecta y que no puedo ni quiero dejar de lado
Que en realidad no elegimos nada, que estamos condenados a remar en esta galera de la vida sin saber cuál es nuestra función en este multiverso infinito.
Quizás este texto estaba ya programado en mis genes y me es imposible escribir otra cosa que lo que estoy escribiendo. Quizás mi pensamiento es el resultado de una máquina que un día se puso a funcionar y que escapa totalmente a mi control, aunque yo tenga la ilusión de lo contrario, pero como es una máquina inteligente, esto último forma parte del juego.
Feliz o desgraciadamente, no sé nada sobre esto y quizás sea por ello por lo que mi mente puede creer, imaginar maravillosas teorías sobre el arte, sobre el papel del artista en nuestras sociedades posmodernas, globalizadas y conectadas, sobre la libertad y un etcétera muy largo.
Mientras paso el tiempo de vida que se me ha acordado remando en la galera, quiero pensar que tengo un papel que jugar (como todos mis congéneres) y que, si lo juego como es debido, algo puede cambiar. Finalmente, quizás, solo puedo o debo continuar abriendo camino pretendiendo que creo. Pero seguramente también esta última frase estaba programada.
‘Esther Ferrer. Todas las variaciones son válidas incluida esta’. Museo Nacional Reina Sofía. Del 26 de octubre de 2017 al 25 de febrero de 2018.
lunes, 23 de octubre de 2017
sábado, 21 de octubre de 2017
miércoles, 18 de octubre de 2017
martes, 17 de octubre de 2017
LISSON GALLERY
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sábado, 14 de octubre de 2017
Una ‘performance’ denuncia que las mujeres no existen en la Historia del Arte
Vestida como George Sand, armada con un cuchillo cebollero, la artista plástica María Gimeno raja un libro, ‘La historia del Arte’ (1950), de Ernst H. Gombrich (Phaidon), el manual más vendido (ocho millones de copias), un libro de estudio para las Facultades de Bellas Artes que excluye en su totalidad a las mujeres artistas. Una puesta en escena magnífica, un mensaje claro: las mujeres no existen, está ninguneadas como protagonistas productoras de arte. Una ‘performance’, ‘Queridas Viejas’, que Gimeno quiere llevar por el mundo hasta recalar en el Museo del Prado.
Queridas Viejas (Q.V.), una clara referencia al libro Old Mistresses: Women, Art and Ideology, publicado por Rozsika Parker y Griselda Pollock en 1981, es el proyecto
que Gimeno (Zamora, 1970) ha emprendido para llamar la atención sobre la ausencia de mujeres artistas en la Historia del Arte. Tiene un claro objetivo: reivindicar el lugar que ocupan las mujeres y del cual han sido sistemáticamente eliminadas. Una accion artística que germinó al acabar una pieza titulada Mujeres en el paisaje. Posiblemente fue ahí donde se le encendió la bombilla reivindicativa. Lo demás ya es acción: “Leí el texto de Gombrich en el año 1991, con 21 años, y entonces no me di cuenta de que no había ni una sola mujer artista incluida en ese texto. Ha sido después”.
El profesor vienés E. H. Gombrich (1909-2001) publicó en 1950 su famosa Historia del Arte. Durante cinco décadas ha sido el libro más difundido y valorado por estudiosos y curiosos. Sucesivas reediciones y comentarios elogiosos elevaron la obra al top ten del conocimiento del arte, y es cierto, nadie hasta ahora había caído en la cuenta de la ausencia intencionada de mujeres en su libro.
“Desde niña”, afirma María Gimeno, “visitaba el museo del Prado y con avidez observaba maravillada las obras de Ribera, Velázquez, Goya. Nunca reparé en el hecho de que todos los cuadros del Prado de entonces estaban pintados por hombres. Yo misma siempre dibujé y siempre quise ser pintora, leía y miraba los libros que había en mi casa de los grandes maestros de la pintura antigua, así como los de Miró o Picasso. Ninguno de esos libros era de artistas mujeres, y lo más sorprendente de todo esto es que yo no me daba cuenta de que las mujeres no estaban, simplemente era lo normal, y ni siquiera las echaba de menos, ni aún siendo yo misma una aspirante a artista. ¡Es inconcebible! ¿Cómo podía yo querer ser artista si no había mujeres artistas en el Prado?”.
Mujer y arte. Dos palabras excluyentes y una pregunta: ¿Por qué decidieron los historiadores pasar por alto la obra de casi todas las artistas? Hay un montón de documentales que nos hablan de artistas como Gauguin, Degàs, Renoir, pero ¿existe alguno que hable de las mujeres en el Renacimiento, en el Impresionismo, en la Abstracción? La Historia del Arte está hecha sin mujeres.
Ellos, los artistas, críticos, historiadores sostienen, sin decirlo, que la idea del Arte es masculina. Muchos años después de que las Guerrillas Girls y otros movimientos feministas pusieran delante del espejo la ausencia de mujeres en los museos como artistas incluyeron en sus tratados a creadoras de la Edad Media como Sofonisba Anguissola, Artemisia Gentileschi, Judith Leyster y Clara Peeters, la primera pintora a la que el Museo del Prado dedicó en sus 200 años de vida una exposición monográfica el pasado año. Lo hicieron como excepciones.
Dice María Gimeno que su intención con Queridas Viejas es “crear una historia”, porque “no es lícito que leamos un libro de Historia del Arte que no incluya a ni una sola mujer artista y nos parezca normal o correcto, o que ni siquiera nos demos cuenta de que han excluido a todas. Es una falsedad absoluta e injusta, creo que es imprescindible educar y enseñar que las obras de las artistas todavía perduran y son totalmente válidas”.
Su conferencia-perfomance la presentó hace unos meses en la Facultad de Bellas Artes de Madrid. Con un cuchillo enorme, un símil muy potente que recuerda a las mujeres acuchilladas de Louise Bourgeois, Gimeno rasga las páginas del libro de Gombrich, un corte a la historia que nos han vendido, colocando en su lugar la biografía de las mujeres ignoradas por el historiador. Un ritual largo, 55 mujeres ignoradas reivindicadas página a página.
Hoy, en su estudio, sigue con el trabajo que se ha marcado. “Selecciono a las artistas apoyada en una bibliografía de críticas e historiadoras fundamentalmente feministas, que fueron las que abrieron la brecha para comprender y situar este olvido garrafal de la historia del arte; estudio los textos de Linda Nochlin, Griselda Pollock y Rozsika Parker, Christine Battersby, Judith Butler, Patricia Mayayo, Estrella de Diego, Miriam Fernández Cao, Frances Borzello o Silvia Federicci, que me sirven de guía y apoyo teórico, crítico e histórico”.
Hildegarda de Bingen, Plautilla Nelli, la primera mujer pintora renacentista de Florencia, Sofonisba Anguissola, Gentileschi. Su historia de mujeres llega hasta el siglo XX, el mismo periodo que abarca el libro de Gombrich, con Sonia Delaunay, Amy Albeerts, Tamara Lempicka, Popova, Angeles Santos, Maruja Mallo, Mete Oppenheim, Agnes Marrin, Louise Bourgeois. “Me parece un proyecto necesario porque ni siquiera los que se dedican al mundo del arte saben esto. Yo creo que es importante que las mujeres estemos en los libros y formemos parte de la Historia. Gombrich, en la introduccion de su libro, dice algo muy contundente: no cree en el arte, sino en los artistas, ¿entonces por qué ha obviado a un grupo inmenso?”.
Sentada en su mesa de trabajo, con el Gombrich y el cuchillo -“una herramienta con la que me siento cómoda porque lo utilizo mucho y me parecía que cortar con ella la historia del arte era acercarla gracias a una herramienta vulgar, nada sofisticada”-, maqueta la página del libro con la misma tipografía, busca las imágenes e introduce un texto. El suyo es un recorrido reivindicativo a través de la historia del arte. El “nuevo” Gombrich comienza en el siglo X con una iluminadora, Ende, la artista que iluminó el Beato de Gerona, que contiene el Comentario al Apocalipsis compilado por el monje Beato de Liébana en 786. Es la primera pintora cuya autoría esta reconocida en toda Europa. Comenta María Gimeno que la omisión de mujeres en el libro es tan deliberada que cuando éste comenta lo que conocemos como el Tapiz de Bayeux, una pieza de lienzo confeccionado alrededor de 1086, que narra la batalla de Hastings entre normandos y anglosajones, confeccionado por la reina Matilde, Gombrich no hace ni una mención a este hecho.
La intención de la artista es seguir con su acción en lugares que sean significativos y que refuercen el mensaje de la obra. “Mi lugar secreto e ideal y hacia donde dirijo mi mirada y mi objetivo es el Museo de Prado, no sé si lo conseguiré, pero es ahí donde cobraría la importancia que merece y donde llamaría la atención realmente el hecho de que las mujeres estén excluidas de la Historia del Arte. Entre tanto, estoy trabajando en una pieza de vídeo que funcione sin mi presencia física y que se pueda mostrar en museos o galerías. Creo que el proyecto roza muy de cerca lo político, es un tema de igualdad vinculado al arte, pero es política. Es un corte al patriarcado, al canon, un corte con cuchillo de cocina a la Historia del Arte. Las mujeres estamos cansadas de que se nos ignore. Ya no cuela”.
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